lunes, 16 de noviembre de 2009

Las flores de la tormenta

El sendero acabó y lo que vi no fue una simple piscina, sino una sucesión, más la combinación de varios jacuzzis, y hasta un puente para pasar por en medio.
El diseño era algo sobrecogedor, extraño y sin embargo elegante.

“Que divertido sería tirarse en este momento a nadar un poco” pensé emocionada. Una sonrisa se me dibujó en la cara al advertir una pequeña cascada del otro lado de la pileta. La borré antes de que Matt se diera cuenta. Lo descubrí apreciando unas flores entre azules y violetas bastante curiosas.

Me acerqué un poco más a él. Sus ojos casi perforaban las flores mientras acariciaba sus aterciopelados pétalos con los dedos.
Parecía estar pensando en algo muy doloroso, y luego, de repente sus delicados dedos se convirtieron en pequeñas guillotinas para las flores, que terminaron desechas en las baldosas color salmón que rodeaba la alberca.
Esa reacción repentina me hizo retroceder unos pasos instintivamente.

Un estruendo lejano se escuchó por sobre nuestras cabezas. Había comenzado a tronar, ambos miramos hacia el nublado cielo.
Nada quedaba de aquel hermoso color celeste, las nubes habían cubierto la mayor parte del cielo en pocos minutos y una tormenta se avecinaba.
Al bajar las cabezas, nuestras miradas se cruzaron.
Su mirada ya no era la misma maliciosa que había visto hasta ahora. Sus ojos estaban tristes pero aún seguía serio.
Desvío su mirada hacia el bosque, algo atormentado por ese cruce de miradas.
- Volvamos.- concluyó pasando por mi lado como un rayo.
No me moví, porque su apariencia era la de una persona herida.
- ¿Qué esperas?- me gritó desde el bosque. Se volvió para seguir caminando y esta vez corrí para alcanzarlo.

Me detuve justo a su lado, su mirada estaba clavada en el sendero pero no se tornó a mirarme.
Yo sí, pero nuevamente decidí permanecer en el silencio.
Si no lo hubiese conocido antes de esa misteriosa escena, seguramente hubiera optado por preguntarle si se sentía bien o quería desahogarse conmigo.
Seguimos caminando mientras los truenos se volvían más ruidosos. Pasamos el bosque más rápido que antes y cuando ya se podía apreciar la mansión en su grandeza, las gotas comenzaron a caer.
Lo que había comenzado como una débil llovizna, pronto se transformó en una lluvia torrencial.

Tanto, que tuvimos que correr para alcanzar la mansión. El barro se metió hasta en mis zapatos y advertí con una enorme alegría que mi amiga me esperaba junto a Cailea en la entrada del jardín, detrás del ventanal.

Detrás de ellas estaban los dos mayordomos de esta tarde con toallas impecablemente blancas.
Casi sentí lástima por ellas.
Cuando llegamos junto a ellos, nos ofrecieron rápidamente las toallas que manchamos de barro y pasto. Cailea fue a ayudar a secar a MAtt como si fuera su madre, lo que me pareció algo muy extraño.

-Estas hecha una mugre, Sakin.- rió Leicia. Abrí los ojos como platos, ya no quedaban rastros de angustia en su ser. Eso me alegró mucho.
El viento se levantó violentamente haciendo chocar las gotas contra los ventanales.
- Oh, arriba dejé todo abierto.- dije preocupada mirando a todos. Noté que Matt ya no estaba ahí.
- No te preocupes, querida. Ya hemos cerrado todo.- me contestó Cailea con una picarona sonrisa.
- Vamos a cambiarte, estas toda empapada.- me dijo Leicia arrastrándome hasta el hall principal.
- De acuerdo, vamos.- le conteste.
- Las espero en el comedor para la cena.- nos aclaró Cailea antes de desaparecer por una puerta seguida de sus dos mayordomos. Las dos asentimos.
Mientras subíamos las escaleras observé gotas y manchitas de barro por el trayecto. Sabía quien había subido las escaleras antes…
- No tengo las llaves.- le dije a mi amiga angustiada.- las olvidé dentro del cuarto.- la miré mordiéndome un labio.
- Aún tengo la mía, gracias a Dios.- se rió y me mostró un llavero lleno de llaves. Pude distinguir la mía.

Cuando llegamos a la habitación, corroboré lo que Cailea me había informado, la ventana que daba al balcón y al jardín estaba muy bien cerrada.
- Yo la cerré, no te asustes.- me comentó mi amiga cuando me abrazaba. Luego noté su escrutadora mirada y su ceño muy fruncido.
- No me digas que le llevaste el apunte, seguro te bombardeó de sarcasmo.-
- No, para nada.- Leicia me miró con los ojos muy abiertos.- Bueno, si hizo algunos comentarios pero luego…- le tuve que contar lo de las flores, ya que algo había que no estaba viendo. Quise saber su opinión al respecto.
- Estas exagerando, ese chico nació sin sentimientos.- dijo aún abrazada a mi.- Debería comprarse unos.- agregó riéndose.
- Pero yo sé lo que vi, algo muy fuerte le ocurrió.

Leicia me miró, abrió la boca como para decir algo pero luego se retractó moviendo su cabeza en un sentido de negación. Fijó su mirada en el vidrio que chorreaba por la lluvia del lado de afuera.
El cielo se había oscurecido completamente.
Cuando volteé la mirada, mi compañera me miraba algo triste y contrariada.
Estaba segura que algo quería decirme, porque varias veces amagó con abrir la boca pero rápidamente la cerraba y volvía a negar.
- Elegí la ropa, ya casi son las ocho.- dijo finalmente. Me quitó la toalla y luego se acercó mucho al vidrio.
- ¿Qué estás haciendo?- parecía que iba a besar al vidrio.
- Juguemos unas carreras de gota de lluvia antes ¿si?- eso me transportó años atrás cuando jugábamos a eso en el campo.
- ¡Si!- me acerqué hasta ella con la cara bien pegada al vidrio.- Yo elijo esta de acá.-
- Yo esta ¡Te voy a ganar!-

A las ocho, bajamos por la escalera de caracol hasta el hall principal.
Me había puesto una remera simple de algodón, color verde oscuro con detalles en verde manzana alrededor del escote redondo.
Realmente me gustaba ese color, el de la esperanza.
Debajo de eso me puse una pollera de jean hasta las rodillas, y debajo unas calzas también negras con unas pequeñas tachuelas en el dobladillo.
Llevaba zapatos marrones oscuros con una hebilla dorada en las correas.

Lei me llevó por el pasillo opuesto por el que habíamos utilizado hoy para salir al jardín.
Unos candelabros se levantaban a nuestros costados. Todas las velas estaban encendidas y daban una luz muy cálida al pasillo.
Llegamos a lo que era un gran comedor, el techo de la habitación era altísimo.
La mesa que estaba en el centro era tan larga que casi abarcaba todo el espacio. Las sillas eran del mismo estilo que la mesa.

Todo estaba iluminado con candelabros diferentes a los de las paredes, con menos velas y base adecuada para ubicarse en el mueble.
Cailea estaba sentada a la cabeza de la mesa con un nuevo traje, de color magenta claro.
Al vernos entrar, nos hizo un gesto con la mano para que nos acercáramos a ella.

Lei y yo nos sentamos y dijimos “Buenas noches” al mismo tiempo. Al rato nos miramos y no pudimos contener la risa. Cailea no se dio cuenta ya que ahora estaba charlando un poco acaloradamente con un sirviente.
Lei se había sentado frente a mí y a un lado de la señora.
Nos hacíamos gestos tontos por entre las botellas de vino y los candelabros.
-¿Qué les pasa, se tomaron el remedio equivocado, chicas?- nos dimos vuelta repentinamente para encontrarnos con Connor.
Estaba vestido totalmente igual que hoy a la tarde. Nos miramos directamente a los ojos y le sonreí nerviosamente. Fijé mí vista en la servilleta con vergüenza, otra vez el rubor apareció en mi.
- Si , y todavía tengo medio frasco. Cuando quieras unirte, avisame.- le respondió muy feliz mi amiga. La miré y vi como también se sonrojaba.

Escuché la tierna risa de Connor que realmente me pudo e hizo que mi corazón bailará lleno de frenesí. Esto hizo que su alegría se trasladara a mis manos, que oculté cruzándome de brazos. Pero no pude evitar que el temblor llegara a mis labios, así que me los mordí con fuerza.
- ¡Connor, viniste!- le gritó emocionada Cailea, levantando mucho las manos llenas de pulseras y anillos.- ¡Me encantó tu sección de perfumes, la pondremos en la mitad! ¿Qué te parece?-
- Oh, ¿de verdad? ¡Gracias Cai!- luego me miró con una gran sonrisa como si yo fuera su cómplice. Y de alguna manera lo era, ya que había presenciado su angustia frente a la sección.
Un sirviente se acercó a Cailea y le susurró algo al oído. Ella se decepcionó un poco al oírlo.
Nos quedamos observándolos, curiosos. Luego el hombre se retiró por una puerta alta y delgada que había en un extremo.
- Qué lástima.- suspiró contemplando un tenedor y acariciando sus relieves.
- ¿Sucede algo malo?- preguntó con total confianza Connor. Cai lo miró.
- Es Matt, se siente enfermo. No asistirá.- noté que Leicia victoreaba en silencio.

pobre blog, pero ya regrese.
@.@

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