sábado, 11 de diciembre de 2010

En el bosque

Capitulo 12 -




El aroma de un ramo de jazmines me fue despertando suavemente.

Eso sí que era despertarse bien.

¿Cuántas veces en la vida podía uno pensar así?

No había nadie en la oscura habitación. Debía ser de madrugada.

Prendí una luz.

Me acomodé contra el respaldo de la cama.

“Otra vez me volví a desmayar” pensé enfadada. Ya no podría volver a mirar a Connor a los ojos, esta vez no.

Levanté las sábanas, solo tenía puesta la parte de arriba del pijama. Rogué por los dioses que Lei hubiese sido la autora de eso.

Me puse a ojear unas cuantas revistas de moda, que me aburrieron rápidamente. Pero me esforcé en leerlas ya que no había otra cosa.

Estuve así por los menos dos largas horas hasta que Lei me trajó el desayuno.

-¿Estas bien? ¡No te me vayas de nuevo, eh!- me dejó las bandejas sobre las piernas.

-Espero que no hayas hecho ningún arreglo apresurado con ese departamento del centro.- Lei levanto las cejas.- Me gustaría seguir viviendo acá.- Aunque cuando dije eso último, una imagen cruzó velozmente por mi memoria: ese tremendo destello lobuno en la mirada de Matt.

- Esta bien, tu decisión es la final. Ah, me olvidaba. Te traje esto.- me mostró un frasco mediano con una sustancia verdosa y espesa.

En la etiqueta se leía “orégano”.

-No es orégano, aclaro. Es una crema que conseguí especialmente para tu pancita.-

-Está destrozada, ya lo estoy aceptando. Ahorratelo.-

Me arrepentí de decir esto luego de ver su puchero.

-Bueno, bueno. Lo voy a probar. ¿De dónde lo sacaste? Espero que no me salga un tercer brazo.- le dije mientras observaba esa sustancia más de cerca.

-Confía en mí. No puedo decirte de donde lo saqué pero sí que funciona muy bien.-

Agité un poco el frasco totalmente asqueada.

- Vamos, deja de mirar tanto y pasate un poco.-

- Pero…-

- Tenes que confiar en mí.-

Me levanté la remera y tuve que mirar nuevamente esa horrible cicatriz. La sangre seca estaba por doquier y ya notaba el olor salino que emanaba.

- Apurate o te vas a desplomar otra vez.- me advirtió al verme algo mareada.

No tenía olor por suerte, pero algo me hizo acordar a un bosque. E inmediatamente la imagen del lobo.

Agoté casi medio frasco según las indicaciones de mi amiga.

- Después de esto vas a tener que ponerte de a poquito cada cuatro horas. Me lo vas a agradecer.- me guiñó un ojo, luego se acercó más a mí.- Eso sí, no le podes decir a nadie de esto. Sé que vas a hacer lo correcto y vas a seguir mi consejo. Confío en eso.-

- Está bien, pero igualmente no tengo a nadie a quién contárselo. Quedate tranquila.- eso era cierto, todavía no conocía bien a nadie en la mansión.

Sonó el celular de Leicia y luego su localizador.

- Ah, siento informarte que ya es lunes- no sé por qué no me sorprendió enterarme de eso.- y que tu amiga trabaja más que nunca en estos días.- me sonrió y con un gesto me pidió permiso para atender.

- Adelante.- me dio un rápido beso en la mejilla y salió de la habitación con el celular en una oreja y el localizador en una mano.

“Realmente se mata trabajando” pensé con desasosiego. Hasta que no me recuperara no podría buscar un empleo.

La herida todavía me dolía, pero el dolor fue disminuyendo de a poco.

Evitaba tocar la cicatriz por la impresión.



Veinte minutos después entró el doctor Companni a revisarme.

Por suerte la crema se había absorbido raudamente y no hubo necesidad de mentir.

Me dio unos calmantes para el dolor y prometió regresar a la tarde.

Cuando me habló del proceso que sufrirían mis heridas al cicatrizarse, noté que era un hombre de unos cincuenta años aproximadamente, canoso y algo pasado de peso.

Era la primera vez que lo veía enserio luego de despertarme de los desmayos con la mirada desenfocada.



Al mediodía una de las ayudantes de la cocina me trajo el almuerzo.

Esta vez fue la mujer delgada y larguirucha.

Fue muy amable conmigo y se quedó acompañándome hasta que me terminé la sopa de municiones con queso.

Fue agradable hablar con ella, ya que también venía del campo aunque había terminado instalándose en la ciudad al nacer su primer hijo.

Cuando terminé, me trajo de postre una rica ensalada de frutas.

Se tuvo que ir apresuradamente porque la necesitaban en las cocinas.

Cuando la habitación volvió a quedar solitaria, saqué el frasco de un bolsito que me había provisto mi amiga.

Seguí sus indicaciones.

La dejé arriba de la mesita de luz y luego prendí la tele de plasma que tenía en frente.

Disfruté de las comedias que ofrecían los canales de cable.

En el transcurso del día no noté muchos cambios en la herida, sí en el alivio del dolor.

Había disminuido tanto que podría haberme puesto a saltar sobre la cama sin ningún problema.

Quizá fueran los calmantes que esta vez hicieron efecto.

Tal vez no.



A la tarde, regresó el médico como lo había prometido.

Quedó sorprendido con la veloz cicatrización. Yo también miré, extrañada.

Empecé a sudar de los nervios. No quería contestar ninguna pregunta incomoda.

- Bueno, la única explicación que tengo para esto…es que las heridas no fueron tan profundas como…creí.- se agarró el mentón pensándolo mucho.

- Bien.- fue lo único que pude pronunciar.

- Bueno, eso es todo. Aquí te dejó otros calmantes para que los tomes a la noche.- fue hasta la puerta todavía pensando a mil por hora.- adiós y te veo mañana. A este paso quizá te encuentre tomando sol afuera- me regaló una linda sonrisa y salió.

“Increíble” escuché que exclamaba al cerrar la puerta.

No tomé ningún remedio. Quería comprobar cuál de los dos tratamientos era el efectivo.

Lei no apareció hasta entrada la noche, estaba agotada así que solo se quedó unos diez minutos.

Volví a prender la tele, no podía dormir. Me quedé hasta las dos y media. El dolor seguía sin aparecer.

Ya creía que la responsable era esa sustancia, los medicamentos recetados seguían en la mesa.

Me levanté y caminé hasta la puerta, así como estaba.

Ningún dolor. Ninguna señal.

Me sentía tan bien que al caminar no notaba siquiera los tirones de los puntos y por lo tanto no me impresionaba.

Caminé hasta unos ventanales que daban al jardín. Me quedé viendo el horizonte con la frente pegada al vidrio.

La noche estaba hermosa, las estrellas bañaban el cielo abierto.

Salí tratando de no hacer mucho ruido.

Ni un alma. Silencio puro.

Fue entonces cuando vi, para mi espanto la figura del lobo a lo lejos en el bosque.

Salía y se sumergía una y otra vez entre los árboles como lo haría un pez saltador.

Otro más pequeño y violáceo lo seguía.

Mi respiración se volvió agitada, y me congelé sin saber qué hacer.

Lo menos que quería es que me viera y volviera por su presa.

Pero fue cuando vi a Lei corriendo por el sendero lo que más me impactó. Sin importarme el peligro, salí a tratar de alcanzarla.

Llegué hasta el césped que me empapó los pies descalzos por el rocío nocturno.

Grité varias veces su nombre pero parecía no escucharme y luego se adentró en el bosque desviándose del sendero.

Un viento frío me golpeó y me hizo recordar cómo iba vestida.

Sin pensarlo tanto, busqué una ventana con luz en la mansión.

Encontré una al fondo, tomé unas piedritas del camino y empecé a arrojarlas a las persianas de madera.

Segundos después, un hombre salió algo mareado y despeinado. Era Auders.

- ¡Pero! ¿Qué es lo que esta pasando?.- gritó furioso.

Qué vergüenza, pero algo tenía que hacer. Dudé unos segundos.

¿Qué le iba a decir?

-¡Sakin! ¿Qué haces ahí?- dijo tratando de enfocarme con el entrecejo fruncido.

Al parecer lo había despertado.

- Leicia se metió en el bosque.- pensé mucho lo que iba a decir luego para no parecer que estaba desvariando.- ¡y acabo de ver al perro que me atacó acompañado de otro, tengo miedo que le pase algo!-

Esperé angustiada, vi que otra luz se encendía cerca, en la torre principal.

-¿Qué Leicia qué?- era Cailea que había salido al balcón.

- ¡Dice que se metió en el bosque con el perro ese dando vueltas!- le explicó algo a los gritos el hombre a dos ventanas de distancia. Cailea me miró fijamente.

- Imposible, acabo de hablar con ella. Ya se fue a dormir.- tenía una mirada soberbia. Diferente a la que había visto siempre.

-Te falta descanso, Sakin. Es eso.- dijo Auders en un bostezo, estaba bastante cansado.

-Si, querida. A veces los calmantes hacen que veas cosas.- se detuvo a observarme.- Mejor, esperame ahí. Te voy a acompañar a tu cama.-

Antes de que pudiera decir nada, su sombra se perdió entre las cortinas.

Por la distancia a la que estaba esa torre del jardín calculé que pronto estaría a mi lado.

- Te voy a mirar hasta que llegué Cai.- me dijo Auders en otro bostezo y refregándose mucho los ojos.

- No hay problema, no me voy a mover de acá. Ya podes ir a dormir. Enserio.- le comenté en un intento fallido de que se fuera. Yo seguía oculta detrás del arbusto con tan solo la bata y no quería por nada del mundo que me viera así.

Ya era bastante embarazoso el despertar a Cailea Salerno.

- No. Esta bien asi.- me replicó.

Bufé.

Dirigí mi vista hacia el bosque. Un escalofrío me recorrió la espalda. No había señales de Lei ni de los espectros.

Cailea llegó haciendo mucho ruido con sus pantuflas y envuelta en una bata floreada demasiado grande para ella.

- Vamos querida, no estas bien descansada.- me tomó suavemente del brazo, luego notó mi vestimenta.- Niña, no deberías estar así.

- Perdón, no quise molestarlos es que Lei pasó corriendo…-

- Ya te dije que ella estuvo conmigo hasta recién, fin del asunto.- su tono brusco me sorprendió. Me ardían las orejas.

No miré hacia arriba pues no quería enterarme de la expresión de Auders.

Llegué hasta mi cama y me tapé con las sábanas.

Cailea se detuvo a observarme y luego posó su mirada en las pastillas de calmantes sobre la mesita. Apenas diez centímetros los separaban del frasco de crema verdosa.

Me miró interrogándome con la mirada.

Tomó el frasco. No me gustó nada su expresión.

De alguna manera, sentí que el mundo se me caía encima.

Chica tonta jaja

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