El sendero acabó y lo que vi no fue una simple piscina, sino una sucesión, más la combinación de varios jacuzzis, y hasta un puente para pasar por en medio.
El diseño era algo sobrecogedor, extraño y sin embargo elegante.
“Que divertido sería tirarse en este momento a nadar un poco” pensé emocionada. Una sonrisa se me dibujó en la cara al advertir una pequeña cascada del otro lado de la pileta. La borré antes de que Matt se diera cuenta. Lo descubrí apreciando unas flores entre azules y violetas bastante curiosas.
Me acerqué un poco más a él. Sus ojos casi perforaban las flores mientras acariciaba sus aterciopelados pétalos con los dedos.
Parecía estar pensando en algo muy doloroso, y luego, de repente sus delicados dedos se convirtieron en pequeñas guillotinas para las flores, que terminaron desechas en las baldosas color salmón que rodeaba la alberca.
Esa reacción repentina me hizo retroceder unos pasos instintivamente.
Un estruendo lejano se escuchó por sobre nuestras cabezas. Había comenzado a tronar, ambos miramos hacia el nublado cielo.
Nada quedaba de aquel hermoso color celeste, las nubes habían cubierto la mayor parte del cielo en pocos minutos y una tormenta se avecinaba.
Al bajar las cabezas, nuestras miradas se cruzaron.
Su mirada ya no era la misma maliciosa que había visto hasta ahora. Sus ojos estaban tristes pero aún seguía serio.
Desvío su mirada hacia el bosque, algo atormentado por ese cruce de miradas.
- Volvamos.- concluyó pasando por mi lado como un rayo.
No me moví, porque su apariencia era la de una persona herida.
- ¿Qué esperas?- me gritó desde el bosque. Se volvió para seguir caminando y esta vez corrí para alcanzarlo.
Me detuve justo a su lado, su mirada estaba clavada en el sendero pero no se tornó a mirarme.
Yo sí, pero nuevamente decidí permanecer en el silencio.
Si no lo hubiese conocido antes de esa misteriosa escena, seguramente hubiera optado por preguntarle si se sentía bien o quería desahogarse conmigo.
Seguimos caminando mientras los truenos se volvían más ruidosos. Pasamos el bosque más rápido que antes y cuando ya se podía apreciar la mansión en su grandeza, las gotas comenzaron a caer.
Lo que había comenzado como una débil llovizna, pronto se transformó en una lluvia torrencial.
Tanto, que tuvimos que correr para alcanzar la mansión. El barro se metió hasta en mis zapatos y advertí con una enorme alegría que mi amiga me esperaba junto a Cailea en la entrada del jardín, detrás del ventanal.
Detrás de ellas estaban los dos mayordomos de esta tarde con toallas impecablemente blancas.
Casi sentí lástima por ellas.
Cuando llegamos junto a ellos, nos ofrecieron rápidamente las toallas que manchamos de barro y pasto. Cailea fue a ayudar a secar a MAtt como si fuera su madre, lo que me pareció algo muy extraño.
-Estas hecha una mugre, Sakin.- rió Leicia. Abrí los ojos como platos, ya no quedaban rastros de angustia en su ser. Eso me alegró mucho.
El viento se levantó violentamente haciendo chocar las gotas contra los ventanales.
- Oh, arriba dejé todo abierto.- dije preocupada mirando a todos. Noté que Matt ya no estaba ahí.
- No te preocupes, querida. Ya hemos cerrado todo.- me contestó Cailea con una picarona sonrisa.
- Vamos a cambiarte, estas toda empapada.- me dijo Leicia arrastrándome hasta el hall principal.
- De acuerdo, vamos.- le conteste.
- Las espero en el comedor para la cena.- nos aclaró Cailea antes de desaparecer por una puerta seguida de sus dos mayordomos. Las dos asentimos.
Mientras subíamos las escaleras observé gotas y manchitas de barro por el trayecto. Sabía quien había subido las escaleras antes…
- No tengo las llaves.- le dije a mi amiga angustiada.- las olvidé dentro del cuarto.- la miré mordiéndome un labio.
- Aún tengo la mía, gracias a Dios.- se rió y me mostró un llavero lleno de llaves. Pude distinguir la mía.
Cuando llegamos a la habitación, corroboré lo que Cailea me había informado, la ventana que daba al balcón y al jardín estaba muy bien cerrada.
- Yo la cerré, no te asustes.- me comentó mi amiga cuando me abrazaba. Luego noté su escrutadora mirada y su ceño muy fruncido.
- No me digas que le llevaste el apunte, seguro te bombardeó de sarcasmo.-
- No, para nada.- Leicia me miró con los ojos muy abiertos.- Bueno, si hizo algunos comentarios pero luego…- le tuve que contar lo de las flores, ya que algo había que no estaba viendo. Quise saber su opinión al respecto.
- Estas exagerando, ese chico nació sin sentimientos.- dijo aún abrazada a mi.- Debería comprarse unos.- agregó riéndose.
- Pero yo sé lo que vi, algo muy fuerte le ocurrió.
Leicia me miró, abrió la boca como para decir algo pero luego se retractó moviendo su cabeza en un sentido de negación. Fijó su mirada en el vidrio que chorreaba por la lluvia del lado de afuera.
El cielo se había oscurecido completamente.
Cuando volteé la mirada, mi compañera me miraba algo triste y contrariada.
Estaba segura que algo quería decirme, porque varias veces amagó con abrir la boca pero rápidamente la cerraba y volvía a negar.
- Elegí la ropa, ya casi son las ocho.- dijo finalmente. Me quitó la toalla y luego se acercó mucho al vidrio.
- ¿Qué estás haciendo?- parecía que iba a besar al vidrio.
- Juguemos unas carreras de gota de lluvia antes ¿si?- eso me transportó años atrás cuando jugábamos a eso en el campo.
- ¡Si!- me acerqué hasta ella con la cara bien pegada al vidrio.- Yo elijo esta de acá.-
- Yo esta ¡Te voy a ganar!-
A las ocho, bajamos por la escalera de caracol hasta el hall principal.
Me había puesto una remera simple de algodón, color verde oscuro con detalles en verde manzana alrededor del escote redondo.
Realmente me gustaba ese color, el de la esperanza.
Debajo de eso me puse una pollera de jean hasta las rodillas, y debajo unas calzas también negras con unas pequeñas tachuelas en el dobladillo.
Llevaba zapatos marrones oscuros con una hebilla dorada en las correas.
Lei me llevó por el pasillo opuesto por el que habíamos utilizado hoy para salir al jardín.
Unos candelabros se levantaban a nuestros costados. Todas las velas estaban encendidas y daban una luz muy cálida al pasillo.
Llegamos a lo que era un gran comedor, el techo de la habitación era altísimo.
La mesa que estaba en el centro era tan larga que casi abarcaba todo el espacio. Las sillas eran del mismo estilo que la mesa.
Todo estaba iluminado con candelabros diferentes a los de las paredes, con menos velas y base adecuada para ubicarse en el mueble.
Cailea estaba sentada a la cabeza de la mesa con un nuevo traje, de color magenta claro.
Al vernos entrar, nos hizo un gesto con la mano para que nos acercáramos a ella.
Lei y yo nos sentamos y dijimos “Buenas noches” al mismo tiempo. Al rato nos miramos y no pudimos contener la risa. Cailea no se dio cuenta ya que ahora estaba charlando un poco acaloradamente con un sirviente.
Lei se había sentado frente a mí y a un lado de la señora.
Nos hacíamos gestos tontos por entre las botellas de vino y los candelabros.
-¿Qué les pasa, se tomaron el remedio equivocado, chicas?- nos dimos vuelta repentinamente para encontrarnos con Connor.
Estaba vestido totalmente igual que hoy a la tarde. Nos miramos directamente a los ojos y le sonreí nerviosamente. Fijé mí vista en la servilleta con vergüenza, otra vez el rubor apareció en mi.
- Si , y todavía tengo medio frasco. Cuando quieras unirte, avisame.- le respondió muy feliz mi amiga. La miré y vi como también se sonrojaba.
Escuché la tierna risa de Connor que realmente me pudo e hizo que mi corazón bailará lleno de frenesí. Esto hizo que su alegría se trasladara a mis manos, que oculté cruzándome de brazos. Pero no pude evitar que el temblor llegara a mis labios, así que me los mordí con fuerza.
- ¡Connor, viniste!- le gritó emocionada Cailea, levantando mucho las manos llenas de pulseras y anillos.- ¡Me encantó tu sección de perfumes, la pondremos en la mitad! ¿Qué te parece?-
- Oh, ¿de verdad? ¡Gracias Cai!- luego me miró con una gran sonrisa como si yo fuera su cómplice. Y de alguna manera lo era, ya que había presenciado su angustia frente a la sección.
Un sirviente se acercó a Cailea y le susurró algo al oído. Ella se decepcionó un poco al oírlo.
Nos quedamos observándolos, curiosos. Luego el hombre se retiró por una puerta alta y delgada que había en un extremo.
- Qué lástima.- suspiró contemplando un tenedor y acariciando sus relieves.
- ¿Sucede algo malo?- preguntó con total confianza Connor. Cai lo miró.
- Es Matt, se siente enfermo. No asistirá.- noté que Leicia victoreaba en silencio.
pobre blog, pero ya regrese.
@.@
lunes, 16 de noviembre de 2009
jueves, 8 de octubre de 2009
Sección perfumes
Capitulo 4-
Matt caminaba con grandes pasos y cuando llegó a lo que parecía otra escalera de caracol, pero esta vez de cristal y metal galvanizado, se detuvo a esperarme con los brazos cruzados y un pie impaciente.
Pero no me podía ver ya que estaba dándome la espalda.
- Dios mío.- dije en voz alta.
El chico ni se inmutó, cuando sintió que ya estaba bastante cerca comenzó a subir la escalera haciendo mucho ruido.
Respiré hondo y decidí seguirlo.
¿A dónde me llevaría esta vez?
Salimos a un piso que en lugar de paredes poseía ventanales, con sus respectivas cortinas blancas y relucientes de cuero fino.
No pude evitar una exclamación de asombro.
- Como ves, este es nuestro Play Room .- dijo como si nada y estirando sus largos brazos mostrando el lugar que contenía varios sillones blancos y negros. La mayoría estaban enfrentados a plasmas o mesitas del mismo cristal y metal de las escaleras.
En el centro hacia mi derecha percibí una pequeña chimenea, varias fotografías y retratos de la dueña de casa entre otros. Había varios estantes con juegos de mesa variados. Y en otra punta una barra con un mini bar y copas que colgaban de un estante de madera que se suspendía desde el techo sobre la barra.
Cerca de la chimenea se encontraba una escultura preciosa de un caballo de porcelana arrodillándose.
Pero lo que más me dejó atónita, aparte del lugar, fue cuando dijo “nuestro”. ¿Acaso vivía también en la mansión? No pregunté absolutamente nada, me limité a asentir.
Estaba segura que luego tendría tiempo para charlar de esto con mi amiga.
¿Qué estaría haciendo en ese momento? Se había marchado muy angustiada…
Matt se había puesto a acomodar unas revistas que parecían recién llegadas, ya que todavía conservaban su envoltorio. Tomó unas cuantas y las llevó hasta la otra punta del piso para acomodarlas y ordenarlas en una estantería que estaba casi repleta.
Pasé por la mesita donde se encontraban las que todavía no acomodaba.
Distinguí su rostro en una de las tapas de las revistas. Me fijé que no mirara, aunque realmente se lo veía ocupado clasificando los tomos.
Con delicadeza, moví las revistas que se encontraban encima y saqué de una punta con mucho cuidado, la que me interesaba.
Sin duda era él, me encorvé un poco más para apreciarlo mejor. La foto era de él en medio de una playa, junto a una cálida fogata y vestido con ropas muy caras pero rotas a propósito como si fuera un millonario naufrago.
Su rostro era de pura ternura, algo que me desconcertó.
-No toques nada, granjera.- me dijo de repente pero sin mirarme, asustándome.
Mi corazón latía a mil, aproveché esa advertencia para volver a acomodar esa revista en su lugar.
Cuando lo hice, traté de dirigir mi atención a otra cosa para olvidarme de lo que había visto.
Aun estaba ruborizada, mientras fijé mi mirada en las diez consolas de video juegos y en una vieja rocola que estaba a su lado.
En mi casa tenía unos cuantos vinilos que había heredado de mi tío, mi padre y mi abuelo, así que tenía de variados estilos y sabía bastante de música aunque no pareciera.
Sin mirar, noté como Matt regresaba por las otras revistas. Se detuvo un poco más de lo que lo había hecho la primera vez.
Cerré los ojos orando porque no se haya dado cuenta de lo que había visto.
Luego volví a escuchar sus pasos, y mi sangre volvió a mi rostro.
Lo miré, tornando mi cabeza muy lentamente. Ya estaba acomodando las últimas revistas, no pude notar si ya había clasificado la que se encontraba él, pero pude notar que hasta en cuclillas era perfecto.
Advertí un pequeño tic, que era el de acomodarse el pelo cuando hacía las pausas para pensar en donde ubicaría la próxima revista.
Me di vuelta y caminé varios metros hasta el caballo que parecía arrodillarse ante su amo.
Que escultura tan impactante, pero ahora, de alguna manera, veía que encajaba perfectamente en ese mundo.
- Listo, ahora te tengo que mostrar la piscina para que sepas donde esta, así no te tropezaras ni caeras en ella.- Volvía a mostrar su ironía, mis mejillas se pusieron bordó de la furia y la vergüenza que me embargaban.
Mientras bajaba, miró hacia arriba, yo estaba aún vestida con mi ropa de viaje que consistía en un vestido simple de color verde pastel con una cinta verde manzana alrededor de mi cintura.
A pesar de ser largo hasta la mitad de mis piernas, el ventanal que teníamos a nuestra derecha estaba completamente abierto y el viento repentino que entró hizo que el vestido ondeara vergonzosamente en el preciso momento en que se volteó, pero lo que vio no fue precisamente mi cara…por suerte llevaba una linda ropa interior pero igual la situación se volvió a tornar embarazosa.
Disimuló bastante bien volteándose como si no hubiese visto nada, aunque antes de ese hecho estaba segura de que iba a decirme algo lleno se sarcasmo.
No sabía si culpar o agradecer al viento, pero el tramo que me quedaba de escalera la baje con una mano en la parte de la pollera.
Volvíamos a estar en el pequeño hall continuo a las cocinas. Sin mediar palabra, mi guía abrió otra puerta de madera rojiza. Tuve que atajarla con la mano, porque otra vez no me había esperado y ya estaba caminando a su veloz paso.
Salimos a un living con estilo de campo, donde en el muro que teníamos enfrente, del lado Este se hallaba una puerta mediana color blanca y de manijas marrón oscuro.
No imaginé que podría ser esa puerta pero no tuve mucho tiempo para averiguarlo ya que Matt ya estaba desapareciendo por otra puerta que salía a otra parte del jardín trasero.
Caminamos por un sutil camino de piedritas color hueso y azul oscuro, que nos conducía hacia un pequeño bosque. En el sendero pude notar otros caminos que se dirigían a otros bosques de distintos volúmenes.
Matt seguía a la cabeza, miré hacia la mansión que aunque la habíamos dejado bastante atrás seguía viéndose imponente.
Pude apreciar mejor las torres y sus ubicaciones, hasta pude notar la que por ahora me pertenecía.
Sonreí a esa torre, y volví mi mirada al sendero y al muchacho de traje que ya se estaba sumergiendo en el bosque de pinos y abetos.
El bosque se volvió bastante espeso y algo tenebroso ya que la luz del sol poco podía penetrar.
Troté unos pasos hacia Matt, ya comenzaba a sentir algo de escalofríos y no quería quedarme muy atrás.
Mis zapatitos de cuero brillante negros, ahora se veían algo grises por el polvo que levantábamos al caminar por las piedritas.
Volví a observar la mansión, soleada, rodeada de coloridas flores y luego observé a mi alrededor.
Ruidos de búhos y aves, me hacían dar respingos a cada rato. Tenía miedo de lo que pudiera salir de lo profundo del bosque, por eso aceleré mi paso hacia Matt nuevamente. Él se dio cuenta y me miró con burla.
- ¿Ya…llegamos a la piscina?- le pregunté muy asustada mientras miraba como paranoica lo oscuro del bosque a nuestros costados.
- Si, granjera.- me contestó con desgano y altanería.
Olvidé el bosque y fruncí mis labios en un gesto de odio.
Comenzó a penetrar la luz del sol nuevamente, miré hacia arriba y vi unas nubes que pasaban en ese momento. Se estaba nublando, y eso no me gustaba nada. Solo quería ver la piscina y luego volver cuanto antes a mí torre.
En el camino vimos que una persona venía en sentido contrario, era un chico con algo en la mano que parecían varias carpetas. Matt parecía ignorarlo.
Conforme se acercaba más y más, pude notar su aspecto: llevaba puesta una campera de cuero algo desvencijada a propósito, tenía el pelo castaño oscuro y lacio que le tapaba un poco las orejas y estaba largo hasta la nuca. Era delgado pero con hombros anchos, y estatura mediana.
Su caminar era algo pedante, típico de un adolescente. Cuando ya estaba a unos cuantos pocos metros de nosotros pude notar que así era, no tendría más de 17 años.
Al acercarse a Matt, estiró su brazo hacia él. El muchacho le respondió para mi asombro, sujetándolo en un saludo de hombres cariñoso.
-¿Qué tal Matt viste el último número?- le preguntó el adolescente, con una sonrisa tierna.
Al estar ahora más cerca, advertí que sus ojos eran entre azules y celestes, pero sus pestañas largas me dejaron aún más anonadada. El también era muy hermoso.
Sabía que Leicia trabajaba con modelos pero no sabía que vivieran ahí o si ese chico era también uno.
-Si, lo vi Connor. Ese traje de baño estaba muy ajustado o hacía frío ¿no?- le respondió con su típico sarcasmo. Temí por la reacción del chico pero al contrario de lo que pensaba, le sonrió vergonzosamente y le dio una pequeña palmada en el pecho. Luego miró por sobre el hombro de Matt, donde me encontraba rezagada observando la situación.
-Hola.- dijo amablemente haciendo que Matt se moviera un poco al costado para verme mejor. Estiró su mano.-Soy Connor.- exclamó, mientras le tomaba su cálida mano algo nerviosa.
-Sa-Sakin.- dije atropelladamente. Tragué algo de saliva, y el rubor volvió a bañar mis mejillas.
Connor soltó algo tardé mi mano, lo que hizo que el corazón me comenzara a latir aún más violentamente. Sonreí sin saber qué decir de interesante.
-Que linda sonrisa.- me confesó asombrado. Los brazos comenzaron a temblarme, y lo único que pude hacer fue volverle a sonreír ya que me había quedado muda por el cumplido.
Connor volvió a dirigirse a Matt :- ¿Van a la piscina?- acto seguido le guiñó un ojo, que por cierto noté y me hizo poner colorada como un tomate.
-Así es, lamentablemente… ¿Estás muy ocupado, Connor? – casi le imploró al preguntarle esto, y me di cuenta que quería deshacerse de mi cuanto antes. El muchacho volvió a bloquear mi visión dándome la espalda.
Connor suspiró y miró las piedritas del sendero como si fueran alguna comida asquerosa.
-Aún tengo que buscar el tema de la sección de perfumes.- le comentó sin mucho entusiasmo, comenzó a juguetear con las piedritas con sus zapatillas deportivas negras.
- ¿Cai todavía no te corrigió?- preguntó Matt, ahora cruzado de brazos como realmente interesado. Seguía sorprendiéndome el trato amable que tenía con ese adolescente.
- No, tengo hasta las ocho. Quizá si encuentro a Auders me pueda ayudar.- se tiró el pelo hacia atrás, lo que hizo que el aire se inundara de un delicioso perfume.
-Bien, creo que está en la Biblioteca, dijo que iba a ayudar a Hyden con su presentación de mañana.- era increíble, hasta su tono de voz había cambiado.
-Gracias, Matt. Nos vemos mañana, traeré a Ocean.- concluyó algo más aliviado y volvieron a saludarse con un saludo de manos fuerte.
Casi me dolió oír el nombre de otra chica salir de su boca, no sabía exactamente por qué.
-Adiós, Sakin.- me saludó cordialmente al pasar. Me quedé mirando cómo se iba.
“Que linda persona, no como…” pensé.
- ¡Hey, esperame!- tuve que gritar para no quedarme tan atrás
OOOOoooh
;P
Matt caminaba con grandes pasos y cuando llegó a lo que parecía otra escalera de caracol, pero esta vez de cristal y metal galvanizado, se detuvo a esperarme con los brazos cruzados y un pie impaciente.
Pero no me podía ver ya que estaba dándome la espalda.
- Dios mío.- dije en voz alta.
El chico ni se inmutó, cuando sintió que ya estaba bastante cerca comenzó a subir la escalera haciendo mucho ruido.
Respiré hondo y decidí seguirlo.
¿A dónde me llevaría esta vez?
Salimos a un piso que en lugar de paredes poseía ventanales, con sus respectivas cortinas blancas y relucientes de cuero fino.
No pude evitar una exclamación de asombro.
- Como ves, este es nuestro Play Room .- dijo como si nada y estirando sus largos brazos mostrando el lugar que contenía varios sillones blancos y negros. La mayoría estaban enfrentados a plasmas o mesitas del mismo cristal y metal de las escaleras.
En el centro hacia mi derecha percibí una pequeña chimenea, varias fotografías y retratos de la dueña de casa entre otros. Había varios estantes con juegos de mesa variados. Y en otra punta una barra con un mini bar y copas que colgaban de un estante de madera que se suspendía desde el techo sobre la barra.
Cerca de la chimenea se encontraba una escultura preciosa de un caballo de porcelana arrodillándose.
Pero lo que más me dejó atónita, aparte del lugar, fue cuando dijo “nuestro”. ¿Acaso vivía también en la mansión? No pregunté absolutamente nada, me limité a asentir.
Estaba segura que luego tendría tiempo para charlar de esto con mi amiga.
¿Qué estaría haciendo en ese momento? Se había marchado muy angustiada…
Matt se había puesto a acomodar unas revistas que parecían recién llegadas, ya que todavía conservaban su envoltorio. Tomó unas cuantas y las llevó hasta la otra punta del piso para acomodarlas y ordenarlas en una estantería que estaba casi repleta.
Pasé por la mesita donde se encontraban las que todavía no acomodaba.
Distinguí su rostro en una de las tapas de las revistas. Me fijé que no mirara, aunque realmente se lo veía ocupado clasificando los tomos.
Con delicadeza, moví las revistas que se encontraban encima y saqué de una punta con mucho cuidado, la que me interesaba.
Sin duda era él, me encorvé un poco más para apreciarlo mejor. La foto era de él en medio de una playa, junto a una cálida fogata y vestido con ropas muy caras pero rotas a propósito como si fuera un millonario naufrago.
Su rostro era de pura ternura, algo que me desconcertó.
-No toques nada, granjera.- me dijo de repente pero sin mirarme, asustándome.
Mi corazón latía a mil, aproveché esa advertencia para volver a acomodar esa revista en su lugar.
Cuando lo hice, traté de dirigir mi atención a otra cosa para olvidarme de lo que había visto.
Aun estaba ruborizada, mientras fijé mi mirada en las diez consolas de video juegos y en una vieja rocola que estaba a su lado.
En mi casa tenía unos cuantos vinilos que había heredado de mi tío, mi padre y mi abuelo, así que tenía de variados estilos y sabía bastante de música aunque no pareciera.
Sin mirar, noté como Matt regresaba por las otras revistas. Se detuvo un poco más de lo que lo había hecho la primera vez.
Cerré los ojos orando porque no se haya dado cuenta de lo que había visto.
Luego volví a escuchar sus pasos, y mi sangre volvió a mi rostro.
Lo miré, tornando mi cabeza muy lentamente. Ya estaba acomodando las últimas revistas, no pude notar si ya había clasificado la que se encontraba él, pero pude notar que hasta en cuclillas era perfecto.
Advertí un pequeño tic, que era el de acomodarse el pelo cuando hacía las pausas para pensar en donde ubicaría la próxima revista.
Me di vuelta y caminé varios metros hasta el caballo que parecía arrodillarse ante su amo.
Que escultura tan impactante, pero ahora, de alguna manera, veía que encajaba perfectamente en ese mundo.
- Listo, ahora te tengo que mostrar la piscina para que sepas donde esta, así no te tropezaras ni caeras en ella.- Volvía a mostrar su ironía, mis mejillas se pusieron bordó de la furia y la vergüenza que me embargaban.
Mientras bajaba, miró hacia arriba, yo estaba aún vestida con mi ropa de viaje que consistía en un vestido simple de color verde pastel con una cinta verde manzana alrededor de mi cintura.
A pesar de ser largo hasta la mitad de mis piernas, el ventanal que teníamos a nuestra derecha estaba completamente abierto y el viento repentino que entró hizo que el vestido ondeara vergonzosamente en el preciso momento en que se volteó, pero lo que vio no fue precisamente mi cara…por suerte llevaba una linda ropa interior pero igual la situación se volvió a tornar embarazosa.
Disimuló bastante bien volteándose como si no hubiese visto nada, aunque antes de ese hecho estaba segura de que iba a decirme algo lleno se sarcasmo.
No sabía si culpar o agradecer al viento, pero el tramo que me quedaba de escalera la baje con una mano en la parte de la pollera.
Volvíamos a estar en el pequeño hall continuo a las cocinas. Sin mediar palabra, mi guía abrió otra puerta de madera rojiza. Tuve que atajarla con la mano, porque otra vez no me había esperado y ya estaba caminando a su veloz paso.
Salimos a un living con estilo de campo, donde en el muro que teníamos enfrente, del lado Este se hallaba una puerta mediana color blanca y de manijas marrón oscuro.
No imaginé que podría ser esa puerta pero no tuve mucho tiempo para averiguarlo ya que Matt ya estaba desapareciendo por otra puerta que salía a otra parte del jardín trasero.
Caminamos por un sutil camino de piedritas color hueso y azul oscuro, que nos conducía hacia un pequeño bosque. En el sendero pude notar otros caminos que se dirigían a otros bosques de distintos volúmenes.
Matt seguía a la cabeza, miré hacia la mansión que aunque la habíamos dejado bastante atrás seguía viéndose imponente.
Pude apreciar mejor las torres y sus ubicaciones, hasta pude notar la que por ahora me pertenecía.
Sonreí a esa torre, y volví mi mirada al sendero y al muchacho de traje que ya se estaba sumergiendo en el bosque de pinos y abetos.
El bosque se volvió bastante espeso y algo tenebroso ya que la luz del sol poco podía penetrar.
Troté unos pasos hacia Matt, ya comenzaba a sentir algo de escalofríos y no quería quedarme muy atrás.
Mis zapatitos de cuero brillante negros, ahora se veían algo grises por el polvo que levantábamos al caminar por las piedritas.
Volví a observar la mansión, soleada, rodeada de coloridas flores y luego observé a mi alrededor.
Ruidos de búhos y aves, me hacían dar respingos a cada rato. Tenía miedo de lo que pudiera salir de lo profundo del bosque, por eso aceleré mi paso hacia Matt nuevamente. Él se dio cuenta y me miró con burla.
- ¿Ya…llegamos a la piscina?- le pregunté muy asustada mientras miraba como paranoica lo oscuro del bosque a nuestros costados.
- Si, granjera.- me contestó con desgano y altanería.
Olvidé el bosque y fruncí mis labios en un gesto de odio.
Comenzó a penetrar la luz del sol nuevamente, miré hacia arriba y vi unas nubes que pasaban en ese momento. Se estaba nublando, y eso no me gustaba nada. Solo quería ver la piscina y luego volver cuanto antes a mí torre.
En el camino vimos que una persona venía en sentido contrario, era un chico con algo en la mano que parecían varias carpetas. Matt parecía ignorarlo.
Conforme se acercaba más y más, pude notar su aspecto: llevaba puesta una campera de cuero algo desvencijada a propósito, tenía el pelo castaño oscuro y lacio que le tapaba un poco las orejas y estaba largo hasta la nuca. Era delgado pero con hombros anchos, y estatura mediana.
Su caminar era algo pedante, típico de un adolescente. Cuando ya estaba a unos cuantos pocos metros de nosotros pude notar que así era, no tendría más de 17 años.
Al acercarse a Matt, estiró su brazo hacia él. El muchacho le respondió para mi asombro, sujetándolo en un saludo de hombres cariñoso.
-¿Qué tal Matt viste el último número?- le preguntó el adolescente, con una sonrisa tierna.
Al estar ahora más cerca, advertí que sus ojos eran entre azules y celestes, pero sus pestañas largas me dejaron aún más anonadada. El también era muy hermoso.
Sabía que Leicia trabajaba con modelos pero no sabía que vivieran ahí o si ese chico era también uno.
-Si, lo vi Connor. Ese traje de baño estaba muy ajustado o hacía frío ¿no?- le respondió con su típico sarcasmo. Temí por la reacción del chico pero al contrario de lo que pensaba, le sonrió vergonzosamente y le dio una pequeña palmada en el pecho. Luego miró por sobre el hombro de Matt, donde me encontraba rezagada observando la situación.
-Hola.- dijo amablemente haciendo que Matt se moviera un poco al costado para verme mejor. Estiró su mano.-Soy Connor.- exclamó, mientras le tomaba su cálida mano algo nerviosa.
-Sa-Sakin.- dije atropelladamente. Tragué algo de saliva, y el rubor volvió a bañar mis mejillas.
Connor soltó algo tardé mi mano, lo que hizo que el corazón me comenzara a latir aún más violentamente. Sonreí sin saber qué decir de interesante.
-Que linda sonrisa.- me confesó asombrado. Los brazos comenzaron a temblarme, y lo único que pude hacer fue volverle a sonreír ya que me había quedado muda por el cumplido.
Connor volvió a dirigirse a Matt :- ¿Van a la piscina?- acto seguido le guiñó un ojo, que por cierto noté y me hizo poner colorada como un tomate.
-Así es, lamentablemente… ¿Estás muy ocupado, Connor? – casi le imploró al preguntarle esto, y me di cuenta que quería deshacerse de mi cuanto antes. El muchacho volvió a bloquear mi visión dándome la espalda.
Connor suspiró y miró las piedritas del sendero como si fueran alguna comida asquerosa.
-Aún tengo que buscar el tema de la sección de perfumes.- le comentó sin mucho entusiasmo, comenzó a juguetear con las piedritas con sus zapatillas deportivas negras.
- ¿Cai todavía no te corrigió?- preguntó Matt, ahora cruzado de brazos como realmente interesado. Seguía sorprendiéndome el trato amable que tenía con ese adolescente.
- No, tengo hasta las ocho. Quizá si encuentro a Auders me pueda ayudar.- se tiró el pelo hacia atrás, lo que hizo que el aire se inundara de un delicioso perfume.
-Bien, creo que está en la Biblioteca, dijo que iba a ayudar a Hyden con su presentación de mañana.- era increíble, hasta su tono de voz había cambiado.
-Gracias, Matt. Nos vemos mañana, traeré a Ocean.- concluyó algo más aliviado y volvieron a saludarse con un saludo de manos fuerte.
Casi me dolió oír el nombre de otra chica salir de su boca, no sabía exactamente por qué.
-Adiós, Sakin.- me saludó cordialmente al pasar. Me quedé mirando cómo se iba.
“Que linda persona, no como…” pensé.
- ¡Hey, esperame!- tuve que gritar para no quedarme tan atrás
OOOOoooh
;P
miércoles, 7 de octubre de 2009
Chico Malo
Capitulo 3-
- No le dirijas la palabra si no es necesario, limítate a asentir y sé muy desconfiada.- me susurró al oído poniendo mucho énfasis al “muy desconfiada”. Eso ya no me estaba gustando.- este chico no es de lo mejor pero la señora quiere como a un hijo y “algo más”…- abrí los ojos como platos al escuchar esto, mientras mi amiga me seguía aconsejando observaba en los intervalos a ese muchacho tan atractivo e inquieto.
No podía verle muy bien el rostro por sus movimientos impacientes, pero me di cuenta de su belleza.
Su pelo corto y negro, brillaba como la seda. Tenía un flequillo que le tapaba un poco el ojo izquierdo y que no me dejaba apreciar su cara en totalidad.
Su mirada era muy seria y era bastante alto y delgado. Se movía de acá para allá, mirando cada cinco segundos su brillante reloj.
Su camisa estaba desabotonada desde el cuello hasta un poco más de la clavícula, lo que le deba una aspecto algo desarreglado. No debía tener más de 20.
Cuando íbamos por el último tramo, el chico estaba de espaldas a nosotras, pero un taconazo de Leicia lo hizo darse vuelta completamente hasta enfrentarnos.
No debió haberlo hecho. Era hermoso hasta las orejas, y eso me inhibió de repente, convirtiéndome de un segundo a otro en una imbécil total.
Su rostro perfecto fue como una puñalada que me hizo resbalar cinco escalones hasta sus mismísimos pies.
Leicia se quedó pasmada en el escalón dónde debería encontrarme con ella.
Yo también me quedé pasmada.
El chico se corrió un poco de mi lado, pero no me ofreció la mano para levantarme ni nada.
Miré hacia arriba con cuidado y con horror, noté que me miraba como si yo fuera una película aburrida que quisiera cambiar de inmediato.
Leicia corrió hasta donde estaba aún tirada y me ayudó a levantarme.
La escena había sido humillante, pero sonreí igual…como pude.
Mi compañera me ayudó a limpiarme las rodillas y luego miró con furia a ese chico tan cruel y poco caballero. Ahora la comprendía, debí haber escuchado con más atención sus consejos…
- ¿Qué no tienes manos? ¿Por qué no la ayudaste, imbécil?- le gritó llena de ira. Nunca la había visto así.
El muchacho se limitó a encogerse de hombros y chasquear la lengua.
- No soy el guía turístico de nadie.- me miró y agregó (para mal).- y menos de una granjera.-
- ¡Ubicate o le diré a Cailea!- gritó enfurecida y totalmente descontrolada.
- ¿Qué le vas a decir? No puedes probar nada, a menos que tengas una cámara oculta en tu frente.- y dicho esto la miró despectivamente de arriba abajo su corto y algo provocativo vestido.
Matt cerró los ojos como contrariado, luego los abrió con desgano y me tomó bruscamente del brazo hasta ubicarme a su lado. Estaba muy confundida.
-Ya podes irte, secretaría.- me soltó y se fue caminando con grandes pasos hacia el pasillo izquierdo donde al final se hallaba un gran ventanal que daba al jardín.
- Seguí mis consejos…perdona que te deje así, con esta bestia, pero la señora así lo quiere…adiós.- fueron sus últimas palabras y se fue sollozando por el otro pasillo.
No entendía nada. “¿la señora así lo quiere?” repetí en mi mente.
Me había quedado petrificada entre el pasillo y el hall principal, intentando analizar la escena anterior, pero los gritos de MAtt llamándome me desestabilizaron.
-¡Movete y terminemos con esto!- oí indignada.
“¿Maldición, Cailea no podría haber escogido alguno de los mayordomos?” me pregunté enojada.
Me dirigí hacia el ventanal y salí al hermoso jardín lleno de setos con rosas.
Pasé por unas sillas de jardín blancas muy hermosas, enfrentadas a una mesa con sombrilla.
Frente a mí se hallaba un paisaje muy bello, hectáreas de verde césped, flores, efigies, fuentes y bosquecillos.
Por un momento, al tener esa vista frente a mi olvidé todo, absolutamente todo. El viento fresco chocó contra mi cuerpo y entró por mi boca hasta inundar mi alma.
Me sentí en mi casa hasta que inspiré.
Volví a inhalar otra bocanada de ese aire fresco pero ahora sumado al perfume de unos jazmines blancos.
El aroma dulce me trajo nuevamente a la realidad cuando mi estomago se retorció hambriento.
Había sido un muy largo viaje, y en el transcurso había comido muy poco.
Levanté la vista hacia el cielo abierto de un color celeste intenso. Una sensación de que alguien me observaba erizo los vellos de mi nuca.
Miré con algo de temor hacia mi costado izquierdo, con asombro noté como la mirada escrutadora de Matt me penetraba.
El temor se convirtió en vergüenza de un momento a otro. Otra vez mis pies parecían clavados a la tierra como si fuera una estatua de piedra.
-Te dije que te movieras ¿Qué es lo que estás haciendo ahí?- me di cuenta de que su pregunta no era retorica y que de verdad estaba interesado en que es lo que estaba haciendo.
- Recuerdo mi hogar, en el campo también me encanta disfrutar del aire fresco.- le conteste sin pensar, luego recordé con horror que uno de los consejos de Leicia era que no le dirigiera la palabra a menos que fuera muy necesario. Me llevé una mano instintivamente a la boca.
El chico entrecerró los ojos y frunció sus labios, como si estuviera viendo a un gusano.
- Bien, voy a hacer lo que me pidió Cailea. Este es el jardín.- dijo de mala gana.-Lindo ¿no? Listo, vamos a las cocinas, los sonidos de tu estomago me están irritando.- esto me hizo enrojecer como un tomate, ya tenía ganas de llorar. Pero no iba a permitir que una persona como esa me importara.
Mientras lo seguía, como podía ya que al tener unas piernas tan largas me ganaba por unos cuantos metros, comencé a sentirme como una tonta al haber creído que ese chico por ser tan hermoso podía ser una buena persona.
No rodeamos la casa completamente porque era realmente gigantesca pero nos metimos por una puertita de madera algo desvencijada para ingresar en una cocina del tamaño adecuado para esta mansión: súper gigantesca.
En la cocina había tres mujeres con bandanas blancas y celestes, una, bastante rellenita y de cachetes colorados estaba revolviendo una sopa, otra, morocha de ojos oscuros como la noche amasaba y la última, delgada y larguirucha limpiaba unas almejas. Deduje que esa sería la cena.
Me relamí los labios por el hambre, lamentablemente Matt también captó este gesto.
Volvió a entrecerrar sus ojos brillantes y me puso una cara como diciendo “¿Qué es esto?”.
Decidí que no seguiría haciendo caso a sus comentarios o gesticulaciones pero la verdad es que resultaba difícil no prestarle atención a alguien tan llamativo. Aunque por dentro fuera la persona más cruel que había conocido…
-Supongo que deducirás que estas mujeres son empleadas de cocina.- me comentó como si fuera tonta.
No le hice caso y salude a cada una con un beso en la mejilla, lo cual fue muy bien recibido.
Matt se quedó atónito desde la otra punta de la cocina. Regresé hasta donde estaba parado, de repente sentí como su mano tomaba mi brazo y me tiraba hacia él, dejando su cara demasiado cerca de la mía.
Comencé a ruborizarme así que desee que la tierra me tragara o tuviera algo bueno para decir, pero la primera opción tenía más sentido.
-No hagas eso con los empleados, ellas ni siquiera son chefs, solo son sus ayudantes.- nos quedamos mirándonos fijamente, los dos ahora estábamos igualados en furia y asco.
-¿Cómo podes decir esas cosas?- lo fulminé con la mirada como jamás lo hice con nadie y eso me dejó perpleja hasta mi misma.
El no retiraba su brazo, y continuábamos enfrentados en esa posición tan extraña.
Si alguien nos veía en ese momento, seguro pensaba que jugábamos a las estatuas vivientes.
De a poco fue soltándome.
Pero no dejábamos de mirarnos, no sé cuánto tiempo podría continuar eso.
Finalmente, él fue el que desvió la mirada. Cuando me soltó el brazo, yo lo quité con furia.
Me miró extrañado, luego se dirigió a una de las heladeras y examinó.
Pasé la vista desde Matt hacia las mujeres, que se habían detenido en sus tareas para observarme con ternura.
No estaba segura si habían escuchado, pero olvidé el tema cuando se escuchó como la puerta de la heladera se cerraba de un golpazo.
Matt se dirigía hacia mí con algo en su mano. Estiró su brazo hasta tomar mi mano, y depositó un sándwich de jamón envuelto en papel film sobre ella.
-Sigamos.- dijo en un tono sumiso pasando por delante de mi y abriendo la puerta de la cocina para salir a un pequeño hall de piso negro y papel tapiz rosa salmón.
Al salir, miré hacia atrás y pude notar que las cocineras se acercaban para regalarme una sonrisa. La puerta se cerró sola, y mi sonrisa chocó contra ella y se desvaneció en el aire.
q cursi el titulo pero lo hecho, hecho esta.
:P
- No le dirijas la palabra si no es necesario, limítate a asentir y sé muy desconfiada.- me susurró al oído poniendo mucho énfasis al “muy desconfiada”. Eso ya no me estaba gustando.- este chico no es de lo mejor pero la señora quiere como a un hijo y “algo más”…- abrí los ojos como platos al escuchar esto, mientras mi amiga me seguía aconsejando observaba en los intervalos a ese muchacho tan atractivo e inquieto.
No podía verle muy bien el rostro por sus movimientos impacientes, pero me di cuenta de su belleza.
Su pelo corto y negro, brillaba como la seda. Tenía un flequillo que le tapaba un poco el ojo izquierdo y que no me dejaba apreciar su cara en totalidad.
Su mirada era muy seria y era bastante alto y delgado. Se movía de acá para allá, mirando cada cinco segundos su brillante reloj.
Su camisa estaba desabotonada desde el cuello hasta un poco más de la clavícula, lo que le deba una aspecto algo desarreglado. No debía tener más de 20.
Cuando íbamos por el último tramo, el chico estaba de espaldas a nosotras, pero un taconazo de Leicia lo hizo darse vuelta completamente hasta enfrentarnos.
No debió haberlo hecho. Era hermoso hasta las orejas, y eso me inhibió de repente, convirtiéndome de un segundo a otro en una imbécil total.
Su rostro perfecto fue como una puñalada que me hizo resbalar cinco escalones hasta sus mismísimos pies.
Leicia se quedó pasmada en el escalón dónde debería encontrarme con ella.
Yo también me quedé pasmada.
El chico se corrió un poco de mi lado, pero no me ofreció la mano para levantarme ni nada.
Miré hacia arriba con cuidado y con horror, noté que me miraba como si yo fuera una película aburrida que quisiera cambiar de inmediato.
Leicia corrió hasta donde estaba aún tirada y me ayudó a levantarme.
La escena había sido humillante, pero sonreí igual…como pude.
Mi compañera me ayudó a limpiarme las rodillas y luego miró con furia a ese chico tan cruel y poco caballero. Ahora la comprendía, debí haber escuchado con más atención sus consejos…
- ¿Qué no tienes manos? ¿Por qué no la ayudaste, imbécil?- le gritó llena de ira. Nunca la había visto así.
El muchacho se limitó a encogerse de hombros y chasquear la lengua.
- No soy el guía turístico de nadie.- me miró y agregó (para mal).- y menos de una granjera.-
- ¡Ubicate o le diré a Cailea!- gritó enfurecida y totalmente descontrolada.
- ¿Qué le vas a decir? No puedes probar nada, a menos que tengas una cámara oculta en tu frente.- y dicho esto la miró despectivamente de arriba abajo su corto y algo provocativo vestido.
Matt cerró los ojos como contrariado, luego los abrió con desgano y me tomó bruscamente del brazo hasta ubicarme a su lado. Estaba muy confundida.
-Ya podes irte, secretaría.- me soltó y se fue caminando con grandes pasos hacia el pasillo izquierdo donde al final se hallaba un gran ventanal que daba al jardín.
- Seguí mis consejos…perdona que te deje así, con esta bestia, pero la señora así lo quiere…adiós.- fueron sus últimas palabras y se fue sollozando por el otro pasillo.
No entendía nada. “¿la señora así lo quiere?” repetí en mi mente.
Me había quedado petrificada entre el pasillo y el hall principal, intentando analizar la escena anterior, pero los gritos de MAtt llamándome me desestabilizaron.
-¡Movete y terminemos con esto!- oí indignada.
“¿Maldición, Cailea no podría haber escogido alguno de los mayordomos?” me pregunté enojada.
Me dirigí hacia el ventanal y salí al hermoso jardín lleno de setos con rosas.
Pasé por unas sillas de jardín blancas muy hermosas, enfrentadas a una mesa con sombrilla.
Frente a mí se hallaba un paisaje muy bello, hectáreas de verde césped, flores, efigies, fuentes y bosquecillos.
Por un momento, al tener esa vista frente a mi olvidé todo, absolutamente todo. El viento fresco chocó contra mi cuerpo y entró por mi boca hasta inundar mi alma.
Me sentí en mi casa hasta que inspiré.
Volví a inhalar otra bocanada de ese aire fresco pero ahora sumado al perfume de unos jazmines blancos.
El aroma dulce me trajo nuevamente a la realidad cuando mi estomago se retorció hambriento.
Había sido un muy largo viaje, y en el transcurso había comido muy poco.
Levanté la vista hacia el cielo abierto de un color celeste intenso. Una sensación de que alguien me observaba erizo los vellos de mi nuca.
Miré con algo de temor hacia mi costado izquierdo, con asombro noté como la mirada escrutadora de Matt me penetraba.
El temor se convirtió en vergüenza de un momento a otro. Otra vez mis pies parecían clavados a la tierra como si fuera una estatua de piedra.
-Te dije que te movieras ¿Qué es lo que estás haciendo ahí?- me di cuenta de que su pregunta no era retorica y que de verdad estaba interesado en que es lo que estaba haciendo.
- Recuerdo mi hogar, en el campo también me encanta disfrutar del aire fresco.- le conteste sin pensar, luego recordé con horror que uno de los consejos de Leicia era que no le dirigiera la palabra a menos que fuera muy necesario. Me llevé una mano instintivamente a la boca.
El chico entrecerró los ojos y frunció sus labios, como si estuviera viendo a un gusano.
- Bien, voy a hacer lo que me pidió Cailea. Este es el jardín.- dijo de mala gana.-Lindo ¿no? Listo, vamos a las cocinas, los sonidos de tu estomago me están irritando.- esto me hizo enrojecer como un tomate, ya tenía ganas de llorar. Pero no iba a permitir que una persona como esa me importara.
Mientras lo seguía, como podía ya que al tener unas piernas tan largas me ganaba por unos cuantos metros, comencé a sentirme como una tonta al haber creído que ese chico por ser tan hermoso podía ser una buena persona.
No rodeamos la casa completamente porque era realmente gigantesca pero nos metimos por una puertita de madera algo desvencijada para ingresar en una cocina del tamaño adecuado para esta mansión: súper gigantesca.
En la cocina había tres mujeres con bandanas blancas y celestes, una, bastante rellenita y de cachetes colorados estaba revolviendo una sopa, otra, morocha de ojos oscuros como la noche amasaba y la última, delgada y larguirucha limpiaba unas almejas. Deduje que esa sería la cena.
Me relamí los labios por el hambre, lamentablemente Matt también captó este gesto.
Volvió a entrecerrar sus ojos brillantes y me puso una cara como diciendo “¿Qué es esto?”.
Decidí que no seguiría haciendo caso a sus comentarios o gesticulaciones pero la verdad es que resultaba difícil no prestarle atención a alguien tan llamativo. Aunque por dentro fuera la persona más cruel que había conocido…
-Supongo que deducirás que estas mujeres son empleadas de cocina.- me comentó como si fuera tonta.
No le hice caso y salude a cada una con un beso en la mejilla, lo cual fue muy bien recibido.
Matt se quedó atónito desde la otra punta de la cocina. Regresé hasta donde estaba parado, de repente sentí como su mano tomaba mi brazo y me tiraba hacia él, dejando su cara demasiado cerca de la mía.
Comencé a ruborizarme así que desee que la tierra me tragara o tuviera algo bueno para decir, pero la primera opción tenía más sentido.
-No hagas eso con los empleados, ellas ni siquiera son chefs, solo son sus ayudantes.- nos quedamos mirándonos fijamente, los dos ahora estábamos igualados en furia y asco.
-¿Cómo podes decir esas cosas?- lo fulminé con la mirada como jamás lo hice con nadie y eso me dejó perpleja hasta mi misma.
El no retiraba su brazo, y continuábamos enfrentados en esa posición tan extraña.
Si alguien nos veía en ese momento, seguro pensaba que jugábamos a las estatuas vivientes.
De a poco fue soltándome.
Pero no dejábamos de mirarnos, no sé cuánto tiempo podría continuar eso.
Finalmente, él fue el que desvió la mirada. Cuando me soltó el brazo, yo lo quité con furia.
Me miró extrañado, luego se dirigió a una de las heladeras y examinó.
Pasé la vista desde Matt hacia las mujeres, que se habían detenido en sus tareas para observarme con ternura.
No estaba segura si habían escuchado, pero olvidé el tema cuando se escuchó como la puerta de la heladera se cerraba de un golpazo.
Matt se dirigía hacia mí con algo en su mano. Estiró su brazo hasta tomar mi mano, y depositó un sándwich de jamón envuelto en papel film sobre ella.
-Sigamos.- dijo en un tono sumiso pasando por delante de mi y abriendo la puerta de la cocina para salir a un pequeño hall de piso negro y papel tapiz rosa salmón.
Al salir, miré hacia atrás y pude notar que las cocineras se acercaban para regalarme una sonrisa. La puerta se cerró sola, y mi sonrisa chocó contra ella y se desvaneció en el aire.
q cursi el titulo pero lo hecho, hecho esta.
:P
martes, 6 de octubre de 2009
Cailea Salerno
Capitulo 2-
Parados firmemente en la entrada, se hallaban dos muchachos vestidos de traje color gris, camisa blanca y zapatos marrones oscuros.
Lo único que los podía diferenciar eran sus cabellos, el de uno bien corto y rubio, y el del otro negro y largo hasta casi tocar los hombros.
Al detenerse por fin el coche, se precipitaron súbitamente a abrirnos las puertas, nos tomaron de las manos para ayudarnos a bajar del coche. Por supuesto, me tropecé con mis torpes pies. Enrojecí de la vergüenza, pero por suerte no pasó a mayores y ninguno de los muchachos prestó mucha atención ya que ahora se disponían a bajar mis bolsos.
- ¿y? ¿Qué tal la hospitalidad? – me susurró mi amiga, sonriendo y mirando picaronamente a los jóvenes.
- Diré que es excelente, si eso te agrada.- le respondí irónicamente a la vez que le daba unas palmaditas cariñosas en el hombro.
Cuando el baúl se cerró y los bolsos ya se encontraban en la entrada, Leicia le ordenó a Paine su retirada. La limusina siguió su camino hasta desaparecer por entre otro bosquecito.
Los muchachos se dispusieron a transportar los bolsos hasta el hall de entrada.
Mientras los seguíamos, noté con terror que esa clase de equipaje no pegaba con la mansión… ¿Pasaría lo mismo conmigo?
El muchacho rubio fue el último en descargar uno de los bolsos, el peor, desvencijado y con un parche mal cosido de un costado. Rogué a todos los dioses del universo que el muchacho lo volviera a acomodar, pero del lado del parche contra la pared.
Pero nada de eso sucedió y un sonido de tacones apresurados se comenzó a oír cada vez más de cerca.
Ya estaba nerviosa otra vez. Las manos comenzaron a temblarme y no sabía dónde ubicarlas, como odiaba cuando eso me pasaba.
Leicia muy emocionada, fue al encuentro de los pasos doblando por un pasillo a la izquierda que conectaba con el gran hall. No pude moverme para acompañarla, así que me quedé como si fuera una estatua de piedra frente a los mayordomos que me miraron algo extrañados.
Decidí dirigir mi mirada hacia las baldosas o las pinturas para evitar sus penetrantes miradas.
Los taconazos se detuvieron en la otra habitación y pude oír la bienvenida que se daban las mujeres.
Pude captar la voz de mi amiga y también la voz ronca de la señora. Debía ser una fumadora compulsiva.
Mientras en la otra habitación las mujeres hablaban emocionadas, yo aún seguía en el hall frente a los dos jóvenes que custodiaban mi equipaje al pie de la escalera como dos granaderos.
Pronto el temblor se trasladó a mis labios, me pasaba eso cuando me ponía muy nerviosa, era como el siguiente nivel luego del tembleque de los brazos.
Ese había sido otro de los motivos por el cual mi padre se había trasladado al campo, a él le ocurría lo mismo que a mi.
Pero por supuesto que a mi me ocurría muy pocas veces ya que casi no existe el stress en un lugar así.
Los tacones volvieron a escucharse y de repente Leicia apareció con la que debía ser la dueña de la casa, Cailea Salerno.
Estaba vestida muy glamorosamente, con un vestido que cubría desde su pecho hasta los talones que combinaban muy bien con su peinado estilo charleston y sus collares de cuentas.
Su pelo era negro con unas mechas blancas al frente, y en su flequillo perfectamente cortado. El pelo le llegaba hasta la mitad de la nuca y parecía un poco pesado.
Y finalmente, allí estaban esos zapatos enormes típicos de Vivienne Westwood, con esos tacos aguja largos y finos tan elegantes.
Los zapatos eran de una seda extraña, azul brillante y con unos brillantes pequeñísimos que daban la impresión de una noche de verano estrellada.
Las mujeres caminaron el trayecto hacia mi, tomadas de la mano como las mejores amigas. De verdad esa señora la apreciaba mucho.
- Querida mia, sé bienvenida a esta casa.- dijo con su voz ronca y gentil.
- Muchas gracias, Sra. Salerno. De verdad, no sé como agradecerle su hospitalidad y espero no ser una molestia.- confesé.
- Pero por eso no te molestes, mi querida. – y al decir esto cerró sus ojos grises fuertemente como si recordara viejas épocas, luego los abrió y me sonrió.- en toda mi vida siempre pensé en mi y solo en mi. Pero desde que Leicia llegó, soy totalmente otra persona…- al terminar, creo que notó mi cara de terror porque rápidamente agregó :- ¡Una mejor persona claro!-. Todos rieron, yo reí de los nervios.
Puso una mano suya en mi hombro y me empujo suavemente hacia Leicia.
-Querida, enseñale su habitación. Quiero que esta señorita tan bien educada se sienta a gusto.- dicho esto soltó mi hombro y se separó un poco hasta el otro pasillo del hall, mientras yo pasaba por entre los mayordomos para seguir a mi amiga que ya se encontraba en el principio de la escalera de mármol blanco.
- Adiós chicas, nos veremos en la cena ¡hoy me queda mucho trabajo por hacer! Disculpen que no las acompañe.-
-No hay cuidado, en cuanto pueda iré a ayudarla.- dijo mi compañera.
- Como gustes, dulce.- dijo y nos saludo con un gesto de su mano, que al estar llena de anillos y pulseras las hizo vibrar. Nosotras le respondimos el saludo.
Cuando se fue, me di vuelta estúpidamente como si fuera un robot y comencé a subir la escalera de caracol.
Los escalones estaban hechos de mármol y la baranda gruesa, de una madera como el cerezo.
Miré hacia arriba, donde pendía sobre nosotros una gran araña de cristal antigua.
Noté que los chicos iban detrás nuestro con la carga de mis espantosos bolsos.
Me tapé los ojos con la mano en un claro signo de vergüenza, Leicia justo se dio vuelta en ese instante pero retiré mi mano a tiempo para que no se diera cuenta de mi gesto.
Me esbozó una hermosa y amplia sonrisa, que conteste con un “ok” de mi mano. “qué estúpida” pensé ni bien se dio vuelta.
La escalera parecía no terminar más.
Cuando llegamos al último peldaño, casi sin aliento. Noté con horror que en el muro que teníamos enfrente se erguía un hermoso ascensor antiguo de oro y bronce.
- Leicita, decime que eso que veo ahí no es un ascensor…- le gruñí algo furiosa ya que no me quedaba más aire.
- Si, lo es.- al ver mis ojos como platos agregó asustada: -¡Pero esta descompuesto! Eso es otra de las cosas que me tendré que ocupar luego, así que te voy a tener que dejar mucho antes de lo esperado ¿No te enojas, no?- de inmediato puso su cara de cahorrito mojado, que siempre me podía.
- No, esta bien…creo. Pero supongo que después harás un espacio para tu amiga ¿no?-
- Si, eso dalo por hecho tontita.- nos abrazamos cariñosamente.
- Eh…¿Dónde dejamos el equipaje, señorita?- se escuchó decir detrás nuestro.
Pobres chicos, recién habían llegado al final de las escaleras, con todos esos bolsos.
- Es por acá, síganme todos.- dijo Leicia, luego se volteó hacia mi.-Es una habitación de las más sencillas pero especial al fin y al cabo. Tal como te gustan.- sonrió misteriosamente mientras mi sonrisa se agrandaba más y más.
Mientras caminábamos por un largo y ancho pasillo, pude ver que contenía varias puertas de estilos y tamaños diferentes pero nunca dejando el toque de elegancia que distinguía a la mansión.
-¿Cuántas habitaciones hay en esta mansión?- le pregunté extrañada al ver más y más puertas.
- Deben haber como treinta aproximadamente. Es que los fines de semana vienen muchos invitados, amigos de Cailea principalmente. Ah, ahí esta nuestra puerta.- concluyó. Al final del pasillo se encontraba una pequeña puerta de madera rojiza barnisada, con una manija de plata brillante, que bien podría haber sido el armario de las escobas por su delgadez.
- Debe estar por acá…- la chica buscaba entre por los menos veinticinco llaves diferentes, finalmente encontró dos llaves de plata idénticas. Me entregó una copia, mientras ella colocaba su llave en la cerradura. Examiné mi llave y advertí con una sonrisa que mi nombre estaba tallado en un lado y del otro lado estaban tallados las figuras de varios angelitos entre flores. El que lo había realizado, había hecho un muy buen trabajo.
Leicia finalmente abrió la llave, pero al entrar eso no se parecía en nada a una habitación. Era más un cuarto de piedra color gris hueso. En el lado izquierda , frente a la puerta de madera se erguía una simple escalera de piedra en forma de caracol, y del lado derecho se encontraba una gran ventana estilo medieval del mismo color que la pared.
- Es por acá.- escuchamos que nos llamaba mi compañera desde las escaleras. La seguimos, hasta los chicos parecían confundidos, al parecer nunca habían estado allí.
- Dios mio ¡es asombrosa!.- de inmediato abracé a mi amiga por la espalda.
La habitación era grande, pero sencilla. Todo era estilo Versailles, color celeste pastel, marrón claro pastel y blanco marfil. La cama enorme, con un dosel azul francia y se encontraba en el centro del cuarto.
Del lado este, un gran ventanal con balcón estilo romántico dejaba entrar el aire fresco del jardín trasero de la mansión que aún no apreciaba del todo.
Las cortinas azules con detalles y flecos en dorado, me hacían sentir como en un cuento de hadas donde yo era la princesa.
- Espero que no sea demasiado…francés.- rió mi amiga, a la cual volví a abrazar con mi tradicional rompe-columnas.+
- ¡Auch!¡ Deberían prohibir el uso del rompe-columnas más de una vez al día!- me gritó a la vez que me daba un pequeño coscorrón en la cabeza.
- Esto es demasiado hermoso…mil gracias. Juro que voy a encontrar un buen trabajo para pagarte todo esto que estas haciendo por mi.- le dije algo apenada. La miré fijamente y el llanto me salió de repente del fondo de mi alma. Lloré de alegría sobre su hombro, Leicia se limitó a reir.
- ¡No te burles, mala!- le dije entre pucheros a la vez que me separaba de ella. Miré a los muchachos que ya habían llegado hace rato al cuarto, pero que estaban igual de asombrados que yo observando cada detalle.
- Buen trabajo chicos, ya pueden retirarse, les dejé la puerta abierta así que no van a tener problema.- les ordenó Leicia.
- Bien.- fue lo único que pudieron decir, todavía observaban como bobos el lugar.
“es una de las torres” escuché que decía uno cuando ya estaban abajo, luego se escuchó el sonido la puerta cerrándose.
Ya estábamos totalmente solas.
-Juro que te voy a pagar todo.- le volví a decir.
-ah, Sakin, no seas cursi y ya basta con eso.- dicho esto, me besó dulcemente en la mejilla.
Cuando se estaba alejando, un teléfono sonó.
Nos volteamos, allí estaba, sobre una mesa de luz, un teléfono antiguo del color de marfil con detalles de las líneas en dorado.
-Uff ¿Quién podrá ser? Todavía no le dimos el número a nadie…- confesó algo asustada.- ¿Diga? ¡Ah si, enseguida señora!- colgó.
-¿Era Cailea?- ella asintió.
-Claro, ella sola podía ser ¿Cómo no se me ocurrió?- se quedó mirando fijo al teléfono.
-¿Qué sucede?-
- Es que recién ayer se instaló este teléfono, que va a ser tuyo. Las únicas que sabíamos eramos nosotras dos.- hizo una pausa.- Bueno y ahora vos, claro.- me sonrió.
La miré tristemente, se hizo un silencio incomodo. Ella miraba el piso de madera que brillaba como nuevo y suspiró.
- ¿Tenés que irte?- le pregunté también suspirando.
- Así es…-
- Pero…no me ibas a acompañar por la casa, no conozco nada y a decir verdad tengo algo de hambre…-
- Tenés razón.- se incorporó del borde de la cama donde estaba sentada.- además, no quiero exagerar pero podrías perderte.-
- Ehh ¿Para tanto?-
- Si, para tanto. A ver…- descolgó el teléfono y al ver que abría la boca para preguntar algo me levantó una mano llena de anillitos para detenerme.
- Hola, Cai. Si, soy yo ¿Recuerda que iba a mostrarle el lugar a mi amiga que…?- se hizo una pausa.- Ah ¿esta ahí con usted?- otra pausa.-Pero sabe como es Matt.- mi amiga frunció el ceño, eso no era buena señal.
- De acuerdo, lo que usted diga. Si, esta bien…- colgó, su rostro era de ira.
- ¿Quién es Brad?-
- Es MAtt.- pronunció el nombre con rabia y comenzó a bajar las escaleras pesadamente.
Espero a que pasara por la puerta de madera, la cerró y caminamos por el pasillo camino a las escaleras de mármol.
-Matt te acompañará en mi lugar.- dijo y comenzamos a bajar las escaleras muy despacio.
Ahí , al final de la escalera de caracol, se encontraba el hombre más hermoso que jamás había visto.
A Cailea la imaginé como Anne Rice, que es la autora de Entrevista con el vampiro, Lestat el vampiro, La reina de los condenados, etc.
Sus relatos son excelentes, las peliculas no tanto ya que las hicieron muy comerciales al ser tan popular las novelas.
Siempre va a ser mejor el libro que la pelicula, de eso no hay dudas.
Byees
Parados firmemente en la entrada, se hallaban dos muchachos vestidos de traje color gris, camisa blanca y zapatos marrones oscuros.
Lo único que los podía diferenciar eran sus cabellos, el de uno bien corto y rubio, y el del otro negro y largo hasta casi tocar los hombros.
Al detenerse por fin el coche, se precipitaron súbitamente a abrirnos las puertas, nos tomaron de las manos para ayudarnos a bajar del coche. Por supuesto, me tropecé con mis torpes pies. Enrojecí de la vergüenza, pero por suerte no pasó a mayores y ninguno de los muchachos prestó mucha atención ya que ahora se disponían a bajar mis bolsos.
- ¿y? ¿Qué tal la hospitalidad? – me susurró mi amiga, sonriendo y mirando picaronamente a los jóvenes.
- Diré que es excelente, si eso te agrada.- le respondí irónicamente a la vez que le daba unas palmaditas cariñosas en el hombro.
Cuando el baúl se cerró y los bolsos ya se encontraban en la entrada, Leicia le ordenó a Paine su retirada. La limusina siguió su camino hasta desaparecer por entre otro bosquecito.
Los muchachos se dispusieron a transportar los bolsos hasta el hall de entrada.
Mientras los seguíamos, noté con terror que esa clase de equipaje no pegaba con la mansión… ¿Pasaría lo mismo conmigo?
El muchacho rubio fue el último en descargar uno de los bolsos, el peor, desvencijado y con un parche mal cosido de un costado. Rogué a todos los dioses del universo que el muchacho lo volviera a acomodar, pero del lado del parche contra la pared.
Pero nada de eso sucedió y un sonido de tacones apresurados se comenzó a oír cada vez más de cerca.
Ya estaba nerviosa otra vez. Las manos comenzaron a temblarme y no sabía dónde ubicarlas, como odiaba cuando eso me pasaba.
Leicia muy emocionada, fue al encuentro de los pasos doblando por un pasillo a la izquierda que conectaba con el gran hall. No pude moverme para acompañarla, así que me quedé como si fuera una estatua de piedra frente a los mayordomos que me miraron algo extrañados.
Decidí dirigir mi mirada hacia las baldosas o las pinturas para evitar sus penetrantes miradas.
Los taconazos se detuvieron en la otra habitación y pude oír la bienvenida que se daban las mujeres.
Pude captar la voz de mi amiga y también la voz ronca de la señora. Debía ser una fumadora compulsiva.
Mientras en la otra habitación las mujeres hablaban emocionadas, yo aún seguía en el hall frente a los dos jóvenes que custodiaban mi equipaje al pie de la escalera como dos granaderos.
Pronto el temblor se trasladó a mis labios, me pasaba eso cuando me ponía muy nerviosa, era como el siguiente nivel luego del tembleque de los brazos.
Ese había sido otro de los motivos por el cual mi padre se había trasladado al campo, a él le ocurría lo mismo que a mi.
Pero por supuesto que a mi me ocurría muy pocas veces ya que casi no existe el stress en un lugar así.
Los tacones volvieron a escucharse y de repente Leicia apareció con la que debía ser la dueña de la casa, Cailea Salerno.
Estaba vestida muy glamorosamente, con un vestido que cubría desde su pecho hasta los talones que combinaban muy bien con su peinado estilo charleston y sus collares de cuentas.
Su pelo era negro con unas mechas blancas al frente, y en su flequillo perfectamente cortado. El pelo le llegaba hasta la mitad de la nuca y parecía un poco pesado.
Y finalmente, allí estaban esos zapatos enormes típicos de Vivienne Westwood, con esos tacos aguja largos y finos tan elegantes.
Los zapatos eran de una seda extraña, azul brillante y con unos brillantes pequeñísimos que daban la impresión de una noche de verano estrellada.
Las mujeres caminaron el trayecto hacia mi, tomadas de la mano como las mejores amigas. De verdad esa señora la apreciaba mucho.
- Querida mia, sé bienvenida a esta casa.- dijo con su voz ronca y gentil.
- Muchas gracias, Sra. Salerno. De verdad, no sé como agradecerle su hospitalidad y espero no ser una molestia.- confesé.
- Pero por eso no te molestes, mi querida. – y al decir esto cerró sus ojos grises fuertemente como si recordara viejas épocas, luego los abrió y me sonrió.- en toda mi vida siempre pensé en mi y solo en mi. Pero desde que Leicia llegó, soy totalmente otra persona…- al terminar, creo que notó mi cara de terror porque rápidamente agregó :- ¡Una mejor persona claro!-. Todos rieron, yo reí de los nervios.
Puso una mano suya en mi hombro y me empujo suavemente hacia Leicia.
-Querida, enseñale su habitación. Quiero que esta señorita tan bien educada se sienta a gusto.- dicho esto soltó mi hombro y se separó un poco hasta el otro pasillo del hall, mientras yo pasaba por entre los mayordomos para seguir a mi amiga que ya se encontraba en el principio de la escalera de mármol blanco.
- Adiós chicas, nos veremos en la cena ¡hoy me queda mucho trabajo por hacer! Disculpen que no las acompañe.-
-No hay cuidado, en cuanto pueda iré a ayudarla.- dijo mi compañera.
- Como gustes, dulce.- dijo y nos saludo con un gesto de su mano, que al estar llena de anillos y pulseras las hizo vibrar. Nosotras le respondimos el saludo.
Cuando se fue, me di vuelta estúpidamente como si fuera un robot y comencé a subir la escalera de caracol.
Los escalones estaban hechos de mármol y la baranda gruesa, de una madera como el cerezo.
Miré hacia arriba, donde pendía sobre nosotros una gran araña de cristal antigua.
Noté que los chicos iban detrás nuestro con la carga de mis espantosos bolsos.
Me tapé los ojos con la mano en un claro signo de vergüenza, Leicia justo se dio vuelta en ese instante pero retiré mi mano a tiempo para que no se diera cuenta de mi gesto.
Me esbozó una hermosa y amplia sonrisa, que conteste con un “ok” de mi mano. “qué estúpida” pensé ni bien se dio vuelta.
La escalera parecía no terminar más.
Cuando llegamos al último peldaño, casi sin aliento. Noté con horror que en el muro que teníamos enfrente se erguía un hermoso ascensor antiguo de oro y bronce.
- Leicita, decime que eso que veo ahí no es un ascensor…- le gruñí algo furiosa ya que no me quedaba más aire.
- Si, lo es.- al ver mis ojos como platos agregó asustada: -¡Pero esta descompuesto! Eso es otra de las cosas que me tendré que ocupar luego, así que te voy a tener que dejar mucho antes de lo esperado ¿No te enojas, no?- de inmediato puso su cara de cahorrito mojado, que siempre me podía.
- No, esta bien…creo. Pero supongo que después harás un espacio para tu amiga ¿no?-
- Si, eso dalo por hecho tontita.- nos abrazamos cariñosamente.
- Eh…¿Dónde dejamos el equipaje, señorita?- se escuchó decir detrás nuestro.
Pobres chicos, recién habían llegado al final de las escaleras, con todos esos bolsos.
- Es por acá, síganme todos.- dijo Leicia, luego se volteó hacia mi.-Es una habitación de las más sencillas pero especial al fin y al cabo. Tal como te gustan.- sonrió misteriosamente mientras mi sonrisa se agrandaba más y más.
Mientras caminábamos por un largo y ancho pasillo, pude ver que contenía varias puertas de estilos y tamaños diferentes pero nunca dejando el toque de elegancia que distinguía a la mansión.
-¿Cuántas habitaciones hay en esta mansión?- le pregunté extrañada al ver más y más puertas.
- Deben haber como treinta aproximadamente. Es que los fines de semana vienen muchos invitados, amigos de Cailea principalmente. Ah, ahí esta nuestra puerta.- concluyó. Al final del pasillo se encontraba una pequeña puerta de madera rojiza barnisada, con una manija de plata brillante, que bien podría haber sido el armario de las escobas por su delgadez.
- Debe estar por acá…- la chica buscaba entre por los menos veinticinco llaves diferentes, finalmente encontró dos llaves de plata idénticas. Me entregó una copia, mientras ella colocaba su llave en la cerradura. Examiné mi llave y advertí con una sonrisa que mi nombre estaba tallado en un lado y del otro lado estaban tallados las figuras de varios angelitos entre flores. El que lo había realizado, había hecho un muy buen trabajo.
Leicia finalmente abrió la llave, pero al entrar eso no se parecía en nada a una habitación. Era más un cuarto de piedra color gris hueso. En el lado izquierda , frente a la puerta de madera se erguía una simple escalera de piedra en forma de caracol, y del lado derecho se encontraba una gran ventana estilo medieval del mismo color que la pared.
- Es por acá.- escuchamos que nos llamaba mi compañera desde las escaleras. La seguimos, hasta los chicos parecían confundidos, al parecer nunca habían estado allí.
- Dios mio ¡es asombrosa!.- de inmediato abracé a mi amiga por la espalda.
La habitación era grande, pero sencilla. Todo era estilo Versailles, color celeste pastel, marrón claro pastel y blanco marfil. La cama enorme, con un dosel azul francia y se encontraba en el centro del cuarto.
Del lado este, un gran ventanal con balcón estilo romántico dejaba entrar el aire fresco del jardín trasero de la mansión que aún no apreciaba del todo.
Las cortinas azules con detalles y flecos en dorado, me hacían sentir como en un cuento de hadas donde yo era la princesa.
- Espero que no sea demasiado…francés.- rió mi amiga, a la cual volví a abrazar con mi tradicional rompe-columnas.+
- ¡Auch!¡ Deberían prohibir el uso del rompe-columnas más de una vez al día!- me gritó a la vez que me daba un pequeño coscorrón en la cabeza.
- Esto es demasiado hermoso…mil gracias. Juro que voy a encontrar un buen trabajo para pagarte todo esto que estas haciendo por mi.- le dije algo apenada. La miré fijamente y el llanto me salió de repente del fondo de mi alma. Lloré de alegría sobre su hombro, Leicia se limitó a reir.
- ¡No te burles, mala!- le dije entre pucheros a la vez que me separaba de ella. Miré a los muchachos que ya habían llegado hace rato al cuarto, pero que estaban igual de asombrados que yo observando cada detalle.
- Buen trabajo chicos, ya pueden retirarse, les dejé la puerta abierta así que no van a tener problema.- les ordenó Leicia.
- Bien.- fue lo único que pudieron decir, todavía observaban como bobos el lugar.
“es una de las torres” escuché que decía uno cuando ya estaban abajo, luego se escuchó el sonido la puerta cerrándose.
Ya estábamos totalmente solas.
-Juro que te voy a pagar todo.- le volví a decir.
-ah, Sakin, no seas cursi y ya basta con eso.- dicho esto, me besó dulcemente en la mejilla.
Cuando se estaba alejando, un teléfono sonó.
Nos volteamos, allí estaba, sobre una mesa de luz, un teléfono antiguo del color de marfil con detalles de las líneas en dorado.
-Uff ¿Quién podrá ser? Todavía no le dimos el número a nadie…- confesó algo asustada.- ¿Diga? ¡Ah si, enseguida señora!- colgó.
-¿Era Cailea?- ella asintió.
-Claro, ella sola podía ser ¿Cómo no se me ocurrió?- se quedó mirando fijo al teléfono.
-¿Qué sucede?-
- Es que recién ayer se instaló este teléfono, que va a ser tuyo. Las únicas que sabíamos eramos nosotras dos.- hizo una pausa.- Bueno y ahora vos, claro.- me sonrió.
La miré tristemente, se hizo un silencio incomodo. Ella miraba el piso de madera que brillaba como nuevo y suspiró.
- ¿Tenés que irte?- le pregunté también suspirando.
- Así es…-
- Pero…no me ibas a acompañar por la casa, no conozco nada y a decir verdad tengo algo de hambre…-
- Tenés razón.- se incorporó del borde de la cama donde estaba sentada.- además, no quiero exagerar pero podrías perderte.-
- Ehh ¿Para tanto?-
- Si, para tanto. A ver…- descolgó el teléfono y al ver que abría la boca para preguntar algo me levantó una mano llena de anillitos para detenerme.
- Hola, Cai. Si, soy yo ¿Recuerda que iba a mostrarle el lugar a mi amiga que…?- se hizo una pausa.- Ah ¿esta ahí con usted?- otra pausa.-Pero sabe como es Matt.- mi amiga frunció el ceño, eso no era buena señal.
- De acuerdo, lo que usted diga. Si, esta bien…- colgó, su rostro era de ira.
- ¿Quién es Brad?-
- Es MAtt.- pronunció el nombre con rabia y comenzó a bajar las escaleras pesadamente.
Espero a que pasara por la puerta de madera, la cerró y caminamos por el pasillo camino a las escaleras de mármol.
-Matt te acompañará en mi lugar.- dijo y comenzamos a bajar las escaleras muy despacio.
Ahí , al final de la escalera de caracol, se encontraba el hombre más hermoso que jamás había visto.
A Cailea la imaginé como Anne Rice, que es la autora de Entrevista con el vampiro, Lestat el vampiro, La reina de los condenados, etc.
Sus relatos son excelentes, las peliculas no tanto ya que las hicieron muy comerciales al ser tan popular las novelas.
Siempre va a ser mejor el libro que la pelicula, de eso no hay dudas.
Byees
lunes, 5 de octubre de 2009
Desde el campo
Capitulo 1-
Viernes, 5 pm.
Un largo viaje en tren desde la estación de Kennsinvania hasta la de “El León”, en Fanitá.
Mientras el tren iba aminorando la marcha, saqué un espejo de mi cartera para acomodar mi revoltoso pelo castaño.
Lo tenía bastante largo, ya casi pasaba mis hombros, y los bucles rebeldes apuntaban para cualquier lado. Odiaba que eso pasara, quería que quedaran como yo los dejaba después de la ducha, pero era imposible utilizara lo que utilizara.
Mis ojos color ambar, se veían exhaustos. Tenia unas ojeras algo moradas, pero las dejé asi ya que el maquillaje lo llevaba en otro bolso mas grande.
El tren finalmente se detuvo, guardé el espejo y me puse la cartera al hombro. Me incorporé con algo de dificultad ya que había estado doce horas sentada, tomé las dos maletas medianas que habían viajado en el asiento de al lado y las coloqué sobre mi maleta más grande verde ombú con rueditas.
Hubo un gran tumulto cuando toda la gente quizo bajar al mismo tiempo del tren.
Esperé a que todos salieran, a las empujadas y codazos claro, para salir luego más tranquila.
Cuando salí del tren, allí me estaba esperando, como siempre muy puntual, mi amiga de la secundaria Leicia Verlioka. Le sonreí emocionada mientras me dirigía hacia ella.
Estaba vestida con un simple vestido blanco, demasiado corto para mi gusto pero pude notar que los hombres que pasaban por ahí me contrariaban totalmente en esta idea.
Llevaba unos pequeños zapatitos blancos pastel, bordados alrededor con florecitas y unos sutiles tacones.
Se veía un poco más rellenita desde la última vez que la vi, no era una super modelo pero seguía teniendo una belleza especial.
Sus ojos negros me veían con alegría y brillaban por las lágrimas.
Su pelo negro, largo hasta el codo siempre había sido igual de rebelde que el mío, pero ahora que estaba cortado en varias capas eso se notaba más que nunca.
-
- ¡Leicia, tanto tiempo! – grité emocionada, nos dimos un fuerte abrazo.
- ¡Sakin, te extrañé tanto! – luego que dijo esto le di mi tradicional abrazo rompe-columnas-
- ¡Auch! Bueno, vamos rápido que la Señora Cailea debe estar esperándonos para tomar el té.- me tomó por el codo para arrastrarme cariñosamente hacia la salida.
- Qué hermosa bienvenida, pero no creo que sea para tanto, esa señora te debe tener mucho cariño para preparar tal evento y además permitirme hospedarme en una de sus habitaciones.- dije con algo de incredulidad.
- Si, la verdad, creo que me aprecia mucho. Hey ¡eso es bueno para vos también!.- me sonrió.
- Si tenés razón, si no fuera por vos…gracias, enserio.- le dije asintiendo.
Siguió arrastrándome de esa forma tan infantil hasta la salida de la estación, donde una gran fila de taxis y remises aguardaban a los pasajeros.
Más allá, se podía divisar el escenario de la ciudad.
Siendo una chica de campo, me sorprendió tanto encontrarme en esa situación que casi largué una lágrima.
- ¿Qué te pasa, estas bien? ¡No me digas que te vas a poner a llorar ahora! No te emocionaste tanto cuando me viste y ahora que ves esta jungla de cemento largas las lagrimitas…- me refunfuñó de la manera que lo haría una niña. Le dediqué una amplia sonrisa.
Nos detuvimos unos cuantos pasos después de la entrada. Con el lío que ajetreaba ese lugar lleno de personas, bocinazos y carritos con equipaje yendo de acá para allá, se me olvidó un poco la emoción que había sentido minutos antes por la ciudad.
-¡Qué barullo!- exclamé. Me fijé en Leicia al ver que no contestaba, y parecía que estaba buscando algo ya que se había puesto en puntas de pie lo que la hacia parecer una bailarina. Sus ojos iban pasando por sobre todos los taxis, ómnibus y vehículos particulares.
- ¿Por qué no nos tomamos un taxi? Este lío ya me está sacando de quicio…- abrí mi cartera y comencé a buscar el dinero. Mi amiga me vio, y me dio un palmadazo en la mano. La miré asombrada.
- ¡Dejá eso de inmediato! Cailea se va a sentir muy ofendida si no abordamos el vehículo que nos mandó.- parecía decirlo muy enserio, así que rápidamente cerré mi cartera y comencé a buscar con ella….aunque no sabía qué.
- ¿Cómo es el auto?- pero cuando terminé de decir la última palabra, mi amiga salió corriendo hacia algo que no era un simple auto.
Algo que llamó bastante la atención entre ese lío de taxis, remises, particulares y pasajeros que iban de acá para allá.
Era una larga limusina blanca marfil con detalles en rosa. Brillaba de lo limpia que estaba, y se detuvo un poco más atrás de donde nos encontrábamos ya que en ese lío no había mucho espacio disponible y los bocinazos se empezaron a escuchar nuevamente.
- ¡Allí esta Paine, al fin! – me tomó de la mano y me arrastró velozmente hacia la limusina. - ¡Vení rápido que hay que cargar las cosas en el bául! – casi tartamudeé mientras mi amiga me sacaba los bolsos de las manos para pasárselos al chofer.
- Dios mio. – esto era lo que siempre me salía decir en situaciones como esa .- Esto…no me lo esperaba.- admití estupefacta.
Leicia me escuchó y al cargar el último bolso me dijo al oído.- No te sorprendas por esta limusina, esto es una bobada comparado con lo que viene después.- dicho esto tomó mi pequeña cartera cuadrada de cuero negro y se metió hasta el último asiento, desde donde me gritó : “¡Movete nena!”.
Obedecí de inmediato, cerrando sin querer la puerta de un golpazo.
- ¡Eh, que no es giratoria! – me gritó el chofer a unos cuantos metros delante.
- Dios mío…Dios mío…- susurré.
Mi amiga seguía en su mundo, observando por los vidrios polarizados el desorden de afuera.
- Perdóname si te grite así, es que no se puede estar mucho tiempo parado acá porque se obstruye el tránsito ¿viste? ¡y menos una limusina como esta!- admitió abriendo los brazos mostrando el coche.
Aún estaba en shock.
- ¿Qué te pasa? Deberías alegrarte ¡Disfrutá de esto y no te preocupes por nada!- me animó dándome unas palmaditas en el hombro.
Intenté seguir su consejo y a mitad de viaje ya me había olvidado que iba en una lujosa limusina, y con Leicia como guía turística, fuimos descubriendo los monumentos, los grandes edificios nacionales, fachadas de los restaurantes más elegantes y todo lo que una ciudad maravillosa y reconocida como Fanitá podía poseer.
Pasamos la ciudad y de repente nos encontramos en un barrio exclusivo donde la mayoría de las casas eran grandes mansiones.
Desde ese momento volvió a mí la inhibición.
-Dios mío…- volví a susurrar.
-¡Vamos, Sakin! No esperaba que te pusieras así, amiga. ¡Arriba ese ánimo, mirá donde estamos!- ese último comentario no ayudó mucho, pero intenté llenar mis pulmones con una enorme y prolongada inhalación para tranquilizarme.
“Todo va a estar bien, esa señora quiere mucho a Leicia y seguro te va a tratar del mismo modo ¡No hay motivos para preocuparse, no seas tonta y sé valiente!” pensé.
El vehículo se detuvo frente a unas enormes rejas negras y doradas, que le seguían a un muro enorme color besch liso.
En algunas partes del muro se podían ver grandes enredaderas con flores muy pequeñas pero de luminosos colores primaverales.
Nos acercamos hasta una garita de seguridad, también pintada del color del muro de la que salió un anciano de aspecto rechoncho, nariz y papada grande.
El chofer bajó las ventanillas, y al observar el anciano los rostros del conductor y el de mi compañera, se quitó respetuosamente la gorra e hizo una reverencia.
- Bienvenida Srta. Verlioka y su amiga…-
- ¡Sakin!- dije casi en un grito.- Es usted muy amable.- agradecí y las ventanillas se volvieron a subir a la vez que el guardia volvía a colocarse su gorra y a meterse en la garita.
Las rejas comenzaron a abrirse rápidamente, hasta que la limusina pudo pasar por ellas siguiendo un sendero cuyo paisaje que le acompañaba era perfecto.
Era un paraíso, los árboles tenían un aura preciosa, un brillo parecido al de las florecillas de las enredaderas.
Todo estaba inundado de flores de todas las variedades, el lugar estaba muy bien cuidado.
La limusina iba a paso de hombre, para poder apreciar mejor el paisaje.
Las flores que más se repetían eran las rosas, de todas las tonalidadas imaginables.
En el fondo, detrás de lo que era un pequeño bosque se podían apreciar varios montes del mismo césped verde esmeralda y sedoso. Más lejos se veía lo que debía ser la cola de una piscina de agua cristalina, y más allá unas canchas que debían ser de tenis o paddle.
Se perdió un poco el efecto del paraíso cuando unos jardineros en mameluco color caqui, nos comenzaron a saludar con gestos algo groseros. Pero mi compañera y yo nos morimos de la risa, en vez de mortizarnos.
Pronto estábamos en el frente de la mansión, con muros de grandes ladrillos lisos de color ocre. Parecía tener varios pisos y tenía cinco o seis torres y torrecillas.
Los grandes ventanales estaban abiertos dejando que el aire fresco inundara las habitaciones, de las que salían de vez en cuando las pálidas cortinas ondeando por el viento.
La limusina tomó un camino en forma de “U” y estacionó delicadamente frente a una gran puerta de roble barnizada, de manijas doradas con detalles en plata.
Era el momento de la verdad…pronto conocería a Cailea Salerno.
Este es el primer capitulo, aún hay maaaas
:P
Byees
Viernes, 5 pm.
Un largo viaje en tren desde la estación de Kennsinvania hasta la de “El León”, en Fanitá.
Mientras el tren iba aminorando la marcha, saqué un espejo de mi cartera para acomodar mi revoltoso pelo castaño.
Lo tenía bastante largo, ya casi pasaba mis hombros, y los bucles rebeldes apuntaban para cualquier lado. Odiaba que eso pasara, quería que quedaran como yo los dejaba después de la ducha, pero era imposible utilizara lo que utilizara.
Mis ojos color ambar, se veían exhaustos. Tenia unas ojeras algo moradas, pero las dejé asi ya que el maquillaje lo llevaba en otro bolso mas grande.
El tren finalmente se detuvo, guardé el espejo y me puse la cartera al hombro. Me incorporé con algo de dificultad ya que había estado doce horas sentada, tomé las dos maletas medianas que habían viajado en el asiento de al lado y las coloqué sobre mi maleta más grande verde ombú con rueditas.
Hubo un gran tumulto cuando toda la gente quizo bajar al mismo tiempo del tren.
Esperé a que todos salieran, a las empujadas y codazos claro, para salir luego más tranquila.
Cuando salí del tren, allí me estaba esperando, como siempre muy puntual, mi amiga de la secundaria Leicia Verlioka. Le sonreí emocionada mientras me dirigía hacia ella.
Estaba vestida con un simple vestido blanco, demasiado corto para mi gusto pero pude notar que los hombres que pasaban por ahí me contrariaban totalmente en esta idea.
Llevaba unos pequeños zapatitos blancos pastel, bordados alrededor con florecitas y unos sutiles tacones.
Se veía un poco más rellenita desde la última vez que la vi, no era una super modelo pero seguía teniendo una belleza especial.
Sus ojos negros me veían con alegría y brillaban por las lágrimas.
Su pelo negro, largo hasta el codo siempre había sido igual de rebelde que el mío, pero ahora que estaba cortado en varias capas eso se notaba más que nunca.
-
- ¡Leicia, tanto tiempo! – grité emocionada, nos dimos un fuerte abrazo.
- ¡Sakin, te extrañé tanto! – luego que dijo esto le di mi tradicional abrazo rompe-columnas-
- ¡Auch! Bueno, vamos rápido que la Señora Cailea debe estar esperándonos para tomar el té.- me tomó por el codo para arrastrarme cariñosamente hacia la salida.
- Qué hermosa bienvenida, pero no creo que sea para tanto, esa señora te debe tener mucho cariño para preparar tal evento y además permitirme hospedarme en una de sus habitaciones.- dije con algo de incredulidad.
- Si, la verdad, creo que me aprecia mucho. Hey ¡eso es bueno para vos también!.- me sonrió.
- Si tenés razón, si no fuera por vos…gracias, enserio.- le dije asintiendo.
Siguió arrastrándome de esa forma tan infantil hasta la salida de la estación, donde una gran fila de taxis y remises aguardaban a los pasajeros.
Más allá, se podía divisar el escenario de la ciudad.
Siendo una chica de campo, me sorprendió tanto encontrarme en esa situación que casi largué una lágrima.
- ¿Qué te pasa, estas bien? ¡No me digas que te vas a poner a llorar ahora! No te emocionaste tanto cuando me viste y ahora que ves esta jungla de cemento largas las lagrimitas…- me refunfuñó de la manera que lo haría una niña. Le dediqué una amplia sonrisa.
Nos detuvimos unos cuantos pasos después de la entrada. Con el lío que ajetreaba ese lugar lleno de personas, bocinazos y carritos con equipaje yendo de acá para allá, se me olvidó un poco la emoción que había sentido minutos antes por la ciudad.
-¡Qué barullo!- exclamé. Me fijé en Leicia al ver que no contestaba, y parecía que estaba buscando algo ya que se había puesto en puntas de pie lo que la hacia parecer una bailarina. Sus ojos iban pasando por sobre todos los taxis, ómnibus y vehículos particulares.
- ¿Por qué no nos tomamos un taxi? Este lío ya me está sacando de quicio…- abrí mi cartera y comencé a buscar el dinero. Mi amiga me vio, y me dio un palmadazo en la mano. La miré asombrada.
- ¡Dejá eso de inmediato! Cailea se va a sentir muy ofendida si no abordamos el vehículo que nos mandó.- parecía decirlo muy enserio, así que rápidamente cerré mi cartera y comencé a buscar con ella….aunque no sabía qué.
- ¿Cómo es el auto?- pero cuando terminé de decir la última palabra, mi amiga salió corriendo hacia algo que no era un simple auto.
Algo que llamó bastante la atención entre ese lío de taxis, remises, particulares y pasajeros que iban de acá para allá.
Era una larga limusina blanca marfil con detalles en rosa. Brillaba de lo limpia que estaba, y se detuvo un poco más atrás de donde nos encontrábamos ya que en ese lío no había mucho espacio disponible y los bocinazos se empezaron a escuchar nuevamente.
- ¡Allí esta Paine, al fin! – me tomó de la mano y me arrastró velozmente hacia la limusina. - ¡Vení rápido que hay que cargar las cosas en el bául! – casi tartamudeé mientras mi amiga me sacaba los bolsos de las manos para pasárselos al chofer.
- Dios mio. – esto era lo que siempre me salía decir en situaciones como esa .- Esto…no me lo esperaba.- admití estupefacta.
Leicia me escuchó y al cargar el último bolso me dijo al oído.- No te sorprendas por esta limusina, esto es una bobada comparado con lo que viene después.- dicho esto tomó mi pequeña cartera cuadrada de cuero negro y se metió hasta el último asiento, desde donde me gritó : “¡Movete nena!”.
Obedecí de inmediato, cerrando sin querer la puerta de un golpazo.
- ¡Eh, que no es giratoria! – me gritó el chofer a unos cuantos metros delante.
- Dios mío…Dios mío…- susurré.
Mi amiga seguía en su mundo, observando por los vidrios polarizados el desorden de afuera.
- Perdóname si te grite así, es que no se puede estar mucho tiempo parado acá porque se obstruye el tránsito ¿viste? ¡y menos una limusina como esta!- admitió abriendo los brazos mostrando el coche.
Aún estaba en shock.
- ¿Qué te pasa? Deberías alegrarte ¡Disfrutá de esto y no te preocupes por nada!- me animó dándome unas palmaditas en el hombro.
Intenté seguir su consejo y a mitad de viaje ya me había olvidado que iba en una lujosa limusina, y con Leicia como guía turística, fuimos descubriendo los monumentos, los grandes edificios nacionales, fachadas de los restaurantes más elegantes y todo lo que una ciudad maravillosa y reconocida como Fanitá podía poseer.
Pasamos la ciudad y de repente nos encontramos en un barrio exclusivo donde la mayoría de las casas eran grandes mansiones.
Desde ese momento volvió a mí la inhibición.
-Dios mío…- volví a susurrar.
-¡Vamos, Sakin! No esperaba que te pusieras así, amiga. ¡Arriba ese ánimo, mirá donde estamos!- ese último comentario no ayudó mucho, pero intenté llenar mis pulmones con una enorme y prolongada inhalación para tranquilizarme.
“Todo va a estar bien, esa señora quiere mucho a Leicia y seguro te va a tratar del mismo modo ¡No hay motivos para preocuparse, no seas tonta y sé valiente!” pensé.
El vehículo se detuvo frente a unas enormes rejas negras y doradas, que le seguían a un muro enorme color besch liso.
En algunas partes del muro se podían ver grandes enredaderas con flores muy pequeñas pero de luminosos colores primaverales.
Nos acercamos hasta una garita de seguridad, también pintada del color del muro de la que salió un anciano de aspecto rechoncho, nariz y papada grande.
El chofer bajó las ventanillas, y al observar el anciano los rostros del conductor y el de mi compañera, se quitó respetuosamente la gorra e hizo una reverencia.
- Bienvenida Srta. Verlioka y su amiga…-
- ¡Sakin!- dije casi en un grito.- Es usted muy amable.- agradecí y las ventanillas se volvieron a subir a la vez que el guardia volvía a colocarse su gorra y a meterse en la garita.
Las rejas comenzaron a abrirse rápidamente, hasta que la limusina pudo pasar por ellas siguiendo un sendero cuyo paisaje que le acompañaba era perfecto.
Era un paraíso, los árboles tenían un aura preciosa, un brillo parecido al de las florecillas de las enredaderas.
Todo estaba inundado de flores de todas las variedades, el lugar estaba muy bien cuidado.
La limusina iba a paso de hombre, para poder apreciar mejor el paisaje.
Las flores que más se repetían eran las rosas, de todas las tonalidadas imaginables.
En el fondo, detrás de lo que era un pequeño bosque se podían apreciar varios montes del mismo césped verde esmeralda y sedoso. Más lejos se veía lo que debía ser la cola de una piscina de agua cristalina, y más allá unas canchas que debían ser de tenis o paddle.
Se perdió un poco el efecto del paraíso cuando unos jardineros en mameluco color caqui, nos comenzaron a saludar con gestos algo groseros. Pero mi compañera y yo nos morimos de la risa, en vez de mortizarnos.
Pronto estábamos en el frente de la mansión, con muros de grandes ladrillos lisos de color ocre. Parecía tener varios pisos y tenía cinco o seis torres y torrecillas.
Los grandes ventanales estaban abiertos dejando que el aire fresco inundara las habitaciones, de las que salían de vez en cuando las pálidas cortinas ondeando por el viento.
La limusina tomó un camino en forma de “U” y estacionó delicadamente frente a una gran puerta de roble barnizada, de manijas doradas con detalles en plata.
Era el momento de la verdad…pronto conocería a Cailea Salerno.
Este es el primer capitulo, aún hay maaaas
:P
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