lunes, 5 de octubre de 2009

Desde el campo

Capitulo 1-

Viernes, 5 pm.
Un largo viaje en tren desde la estación de Kennsinvania hasta la de “El León”, en Fanitá.
Mientras el tren iba aminorando la marcha, saqué un espejo de mi cartera para acomodar mi revoltoso pelo castaño.

Lo tenía bastante largo, ya casi pasaba mis hombros, y los bucles rebeldes apuntaban para cualquier lado. Odiaba que eso pasara, quería que quedaran como yo los dejaba después de la ducha, pero era imposible utilizara lo que utilizara.
Mis ojos color ambar, se veían exhaustos. Tenia unas ojeras algo moradas, pero las dejé asi ya que el maquillaje lo llevaba en otro bolso mas grande.

El tren finalmente se detuvo, guardé el espejo y me puse la cartera al hombro. Me incorporé con algo de dificultad ya que había estado doce horas sentada, tomé las dos maletas medianas que habían viajado en el asiento de al lado y las coloqué sobre mi maleta más grande verde ombú con rueditas.
Hubo un gran tumulto cuando toda la gente quizo bajar al mismo tiempo del tren.
Esperé a que todos salieran, a las empujadas y codazos claro, para salir luego más tranquila.

Cuando salí del tren, allí me estaba esperando, como siempre muy puntual, mi amiga de la secundaria Leicia Verlioka. Le sonreí emocionada mientras me dirigía hacia ella.
Estaba vestida con un simple vestido blanco, demasiado corto para mi gusto pero pude notar que los hombres que pasaban por ahí me contrariaban totalmente en esta idea.
Llevaba unos pequeños zapatitos blancos pastel, bordados alrededor con florecitas y unos sutiles tacones.

Se veía un poco más rellenita desde la última vez que la vi, no era una super modelo pero seguía teniendo una belleza especial.
Sus ojos negros me veían con alegría y brillaban por las lágrimas.
Su pelo negro, largo hasta el codo siempre había sido igual de rebelde que el mío, pero ahora que estaba cortado en varias capas eso se notaba más que nunca.
-
- ¡Leicia, tanto tiempo! – grité emocionada, nos dimos un fuerte abrazo.
- ¡Sakin, te extrañé tanto! – luego que dijo esto le di mi tradicional abrazo rompe-columnas-
- ¡Auch! Bueno, vamos rápido que la Señora Cailea debe estar esperándonos para tomar el té.- me tomó por el codo para arrastrarme cariñosamente hacia la salida.

- Qué hermosa bienvenida, pero no creo que sea para tanto, esa señora te debe tener mucho cariño para preparar tal evento y además permitirme hospedarme en una de sus habitaciones.- dije con algo de incredulidad.

- Si, la verdad, creo que me aprecia mucho. Hey ¡eso es bueno para vos también!.- me sonrió.

- Si tenés razón, si no fuera por vos…gracias, enserio.- le dije asintiendo.

Siguió arrastrándome de esa forma tan infantil hasta la salida de la estación, donde una gran fila de taxis y remises aguardaban a los pasajeros.
Más allá, se podía divisar el escenario de la ciudad.
Siendo una chica de campo, me sorprendió tanto encontrarme en esa situación que casi largué una lágrima.

- ¿Qué te pasa, estas bien? ¡No me digas que te vas a poner a llorar ahora! No te emocionaste tanto cuando me viste y ahora que ves esta jungla de cemento largas las lagrimitas…- me refunfuñó de la manera que lo haría una niña. Le dediqué una amplia sonrisa.

Nos detuvimos unos cuantos pasos después de la entrada. Con el lío que ajetreaba ese lugar lleno de personas, bocinazos y carritos con equipaje yendo de acá para allá, se me olvidó un poco la emoción que había sentido minutos antes por la ciudad.

-¡Qué barullo!- exclamé. Me fijé en Leicia al ver que no contestaba, y parecía que estaba buscando algo ya que se había puesto en puntas de pie lo que la hacia parecer una bailarina. Sus ojos iban pasando por sobre todos los taxis, ómnibus y vehículos particulares.
- ¿Por qué no nos tomamos un taxi? Este lío ya me está sacando de quicio…- abrí mi cartera y comencé a buscar el dinero. Mi amiga me vio, y me dio un palmadazo en la mano. La miré asombrada.
- ¡Dejá eso de inmediato! Cailea se va a sentir muy ofendida si no abordamos el vehículo que nos mandó.- parecía decirlo muy enserio, así que rápidamente cerré mi cartera y comencé a buscar con ella….aunque no sabía qué.
- ¿Cómo es el auto?- pero cuando terminé de decir la última palabra, mi amiga salió corriendo hacia algo que no era un simple auto.
Algo que llamó bastante la atención entre ese lío de taxis, remises, particulares y pasajeros que iban de acá para allá.

Era una larga limusina blanca marfil con detalles en rosa. Brillaba de lo limpia que estaba, y se detuvo un poco más atrás de donde nos encontrábamos ya que en ese lío no había mucho espacio disponible y los bocinazos se empezaron a escuchar nuevamente.

- ¡Allí esta Paine, al fin! – me tomó de la mano y me arrastró velozmente hacia la limusina. - ¡Vení rápido que hay que cargar las cosas en el bául! – casi tartamudeé mientras mi amiga me sacaba los bolsos de las manos para pasárselos al chofer.
- Dios mio. – esto era lo que siempre me salía decir en situaciones como esa .- Esto…no me lo esperaba.- admití estupefacta.

Leicia me escuchó y al cargar el último bolso me dijo al oído.- No te sorprendas por esta limusina, esto es una bobada comparado con lo que viene después.- dicho esto tomó mi pequeña cartera cuadrada de cuero negro y se metió hasta el último asiento, desde donde me gritó : “¡Movete nena!”.
Obedecí de inmediato, cerrando sin querer la puerta de un golpazo.

- ¡Eh, que no es giratoria! – me gritó el chofer a unos cuantos metros delante.
- Dios mío…Dios mío…- susurré.

Mi amiga seguía en su mundo, observando por los vidrios polarizados el desorden de afuera.

- Perdóname si te grite así, es que no se puede estar mucho tiempo parado acá porque se obstruye el tránsito ¿viste? ¡y menos una limusina como esta!- admitió abriendo los brazos mostrando el coche.
Aún estaba en shock.
- ¿Qué te pasa? Deberías alegrarte ¡Disfrutá de esto y no te preocupes por nada!- me animó dándome unas palmaditas en el hombro.

Intenté seguir su consejo y a mitad de viaje ya me había olvidado que iba en una lujosa limusina, y con Leicia como guía turística, fuimos descubriendo los monumentos, los grandes edificios nacionales, fachadas de los restaurantes más elegantes y todo lo que una ciudad maravillosa y reconocida como Fanitá podía poseer.

Pasamos la ciudad y de repente nos encontramos en un barrio exclusivo donde la mayoría de las casas eran grandes mansiones.
Desde ese momento volvió a mí la inhibición.

-Dios mío…- volví a susurrar.
-¡Vamos, Sakin! No esperaba que te pusieras así, amiga. ¡Arriba ese ánimo, mirá donde estamos!- ese último comentario no ayudó mucho, pero intenté llenar mis pulmones con una enorme y prolongada inhalación para tranquilizarme.

“Todo va a estar bien, esa señora quiere mucho a Leicia y seguro te va a tratar del mismo modo ¡No hay motivos para preocuparse, no seas tonta y sé valiente!” pensé.

El vehículo se detuvo frente a unas enormes rejas negras y doradas, que le seguían a un muro enorme color besch liso.
En algunas partes del muro se podían ver grandes enredaderas con flores muy pequeñas pero de luminosos colores primaverales.
Nos acercamos hasta una garita de seguridad, también pintada del color del muro de la que salió un anciano de aspecto rechoncho, nariz y papada grande.
El chofer bajó las ventanillas, y al observar el anciano los rostros del conductor y el de mi compañera, se quitó respetuosamente la gorra e hizo una reverencia.
- Bienvenida Srta. Verlioka y su amiga…-
- ¡Sakin!- dije casi en un grito.- Es usted muy amable.- agradecí y las ventanillas se volvieron a subir a la vez que el guardia volvía a colocarse su gorra y a meterse en la garita.

Las rejas comenzaron a abrirse rápidamente, hasta que la limusina pudo pasar por ellas siguiendo un sendero cuyo paisaje que le acompañaba era perfecto.
Era un paraíso, los árboles tenían un aura preciosa, un brillo parecido al de las florecillas de las enredaderas.
Todo estaba inundado de flores de todas las variedades, el lugar estaba muy bien cuidado.
La limusina iba a paso de hombre, para poder apreciar mejor el paisaje.
Las flores que más se repetían eran las rosas, de todas las tonalidadas imaginables.
En el fondo, detrás de lo que era un pequeño bosque se podían apreciar varios montes del mismo césped verde esmeralda y sedoso. Más lejos se veía lo que debía ser la cola de una piscina de agua cristalina, y más allá unas canchas que debían ser de tenis o paddle.

Se perdió un poco el efecto del paraíso cuando unos jardineros en mameluco color caqui, nos comenzaron a saludar con gestos algo groseros. Pero mi compañera y yo nos morimos de la risa, en vez de mortizarnos.

Pronto estábamos en el frente de la mansión, con muros de grandes ladrillos lisos de color ocre. Parecía tener varios pisos y tenía cinco o seis torres y torrecillas.
Los grandes ventanales estaban abiertos dejando que el aire fresco inundara las habitaciones, de las que salían de vez en cuando las pálidas cortinas ondeando por el viento.

La limusina tomó un camino en forma de “U” y estacionó delicadamente frente a una gran puerta de roble barnizada, de manijas doradas con detalles en plata.

Era el momento de la verdad…pronto conocería a Cailea Salerno.


Este es el primer capitulo, aún hay maaaas
:P
Byees

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